jueves, 22 de febrero de 2024

Porque la maleta no llegó.


Es cierto. Me desesperé entonces porque la maleta no llegó. O sea, llegó a otro lado y luego hubo que comenzar un montón de trámites para que me la enviasen correctamente. No me podían ni hablar por esos días. Estaba irritado, discutía con todos. Incluso estando solo no dejaba de darle vueltas a ese extravío y culparlo de todo lo malo que me pasaba. Mis fundamentos eran básicos, pero claros: en la maleta estaba el libro que quería leer, ropas que me recordaban momentos y vínculos especiales, un par de cuadernos con dibujos y algunos apuntes… no sé… una serie de artículos que yo sentía esenciales para que mi vida siguiese funcionando. Sé que puede sonar exagerado, pero yo lo sentía así. Y la situación empeoraba pues luego de tres semanas la dieron oficialmente por perdida y empezaron a ofrecer compensaciones, como si con eso se arreglase todo. Dinero, productos exclusivos y hasta un nuevo viaje recuerdo que me ofrecieron para que dejase de armar escándalo. Y claro, yo no quería aceptar nada, pues sentía que era como jugar a cerrar una puerta que en realidad no estaba, que era como engañarse, ya sabes… compensar lo que no se compensa. Cómo sea, el punto es que a los dos meses lograron recuperar y entregarme la maleta. Había viajado por tres continentes, según dijeron. Me mostraron el itinerario y la secuencia de errores. Se disculparon y volvieron a ofrecerme una serie de regalías para que firmase un documento en el que se ponía fin a aquel asunto. Antes de hacerlo, me pidieron abrir la maleta, para confirmar que no faltase nada y dar fe que todo estaba en orden. Acepté. Rompí los sellos y la abrí en la misma oficina en que me la entregaron. Debo haber puesto una cara extraña cuando vi el interior pues ellos se preocuparon y me preguntaron si era realmente mi maleta y hasta comenzaron a excusarse nuevamente. Pero lo cierto es que era mi maleta. Tenía las cosas que había puesto en ella antes del viaje, digamos, aunque lo cierto es que se sentía todo extraño. Ya no significaba nada, esa maleta. Eso sentí. Era como la maleta de un desconocido. Me refiero a que no me proporcionó finalmente la sensación de recuperar aquello que había perdido. ¿Falta algo?, me preguntaron. Dije que no, pero no debo haber sonado convincente. De todas formas firmé el documento que me extendían. Me sentía extraño. Derrotado, casi, aunque no sabía por qué. Recuerdo que incluso pensé en abandonar la maleta e irme sin ella. Lo pensé en esa oficina y luego en el taxi, que me llevó hasta mi casa. No la abandoné, en todo caso. Ya en el dormitorio, más tranquilo, volví a abrirla y tomé las cosas. Una a una las iba tomando, como si las pesara. Ya no son mías, me dije. O nunca lo fueron. Luego volví a dejar las cosas en la maleta y la cerré. Después guardé la maleta. Debo prometerme no volver a pensar en ella, me dije entonces. No tiene sentido hacerlo. A lo más escribir lo sucedido de una parrafada y abandonar el texto, sin releer lo escrito. Eso hice, pasado un tiempo. Eso he hecho.

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