miércoles, 28 de febrero de 2024

Una coreógrafa húngara.


-Hay una coreógrafa húngara que incluye tropiezos en sus creaciones -me dijo-. Fallos que están programados, digamos, y que interrumpen una coreografía que si no fuera por esos tropiezos o caídas serían realmente hermosas. No sé si la conoces.

-No -le digo-. No he oído de ella.

-Pues deberías -me dijo-. Me refiero a que tiene una postura interesante. La otra vez leí una entrevista que le hicieron donde ella explicaba que los tropiezos, caídas y otros aparentes desajustes eran en el fondo los pilares que sostenían sus coreografías. Y decía también que su creación estaba perfectamente ejecutada si los espectadores sentían que el tropiezo era verdadero…

-Es decir -lo interrumpí-, ¿ella prefería que pensaran que esos errores programados no formaban parte de sus coreografías?

-Sí, exacto.

-Pero entonces sería una contradicción con lo que ella planteaba, porque…

-No -me interrumpieron ahora a mí-. No es contradicción y que al sentir el tropiezo como algo verdadero, es la naturaleza artificial de la danza la que se pondría en duda… De ahí que lo que pretendiera en el fondo era cuestionar la falsedad del artificio, y rescatar esa falsedad a partir del hecho verdadero del tropiezo, que al ser planificado contagia de verdad al resto de la presentación.

-Hmm… -dije yo.

-¿Qué pasa? -me preguntó-, ¿no te convence?

-No del todo -señalé-. Pero supongo que poco importa mi convencimiento.

-Así es -me dice-. Poco importa.

Ninguno de los dos, por cierto, tenía razón.

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