jueves, 12 de enero de 2017

Un cuaderno rojo.


Ella llevaba las cuentas
en un cuaderno rojo.

Anotaba por ejemplo
las calorías que comía
y los ejercicios realizados.

También escribía sus calificaciones
y hasta las veces en que visitaba
a sus abuelos,
los fines de semana.

Nosotros, sin embargo,
tras robarle su cuaderno,
solo nos fijamos en las anotaciones que hacía
cuando se juntaba con su novio.

De hecho,
descubrimos la forma en que anotaba
las ocasiones en que tenían sexo
y aquellas en que discutían.

Con todo,
la novedad del cuaderno se redujo a cero
rápidamente,
y yo me quedé con él,
sin darle mayor importancia.

A ella la seguíamos viendo,
pero ya no nos atraía tanto
como antes.

Debe haber sido por aquel entonces
que ella terminó con su novio,
y poco después,
desertó incluso del colegio.

No recuerdo, de todas formas,
que alguien haya preguntado por ella.

Fue así que pasó el tiempo.

Supongo que la olvidamos.

Pasan así quince años
y de pronto encuentro el cuaderno.

Y claro,
solo tras varias páginas
comienzo a recordar
toda la historia.

Leo sus comidas,
sus paseos,
los gastos realizados.

Repaso sus ejercicios,
sus calificaciones,
las fechas en que jugaba vóleibol.

No me salto ni una palabra.

Descubro así
en las anotaciones finales
que estaba embarazada.

No lo escribe así, por supuesto,
pero aparece el tiempo de atraso
y hasta algún dibujo alusivo.

Luego simplemente vuelve a los datos.

El último día tomó leche en la mañana
y comió medio pan
con mermelada de mora.

Fue entonces, supongo,
que le robamos el cuaderno.

Luego desertó del colegio
y la olvidamos.

Ahora, años después,
escribo eso en su cuaderno
y lo vuelvo a guardar.

Con el tiempo,
estoy seguro,
volveré a olvidarlo.

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