viernes, 13 de enero de 2017

Desde el segundo piso.


Desde la ventana del segundo piso observo las casas vecinas.

Más bien el patio de las casas vecinas.

En uno tienen siete conejos.

En el otro hay siempre una mujer sentada en una silla de ruedas.

En el tercero hay seis plantas de marihuana.

No alcanzo a ver más patios, por cierto, salvo el mío.

Y en él, solo hay cajas apiladas y botellas vacías de cerveza.

Por lo mismo, mi distracción principal la constituyen los conejos.

Dos son blancos, dos tienen manchas, y tres de ellos son mayormente negros.

Los manchados son los más grandes y los que más montan a las hembras.

Las dos blancas, por cierto, son las más montadas.

En eso pasan el día los conejos.

Y yo los miro.

La abuela en cambio no sé qué mierda hace.

Me refiero a que nunca la he visto hacer nada más que estar en la silla.

Ella misma se impulsa para salir o entrar en la casa.

Y al parecer no se encuentra nunca nadie más en esa dirección.

Por otro lado, mientras está en el patio,
no pareciera que ella observe una cuestión determinada.

En cambio, estoy casi seguro que ella sale a oír algo, en el patio.

Algo que nunca escucha, ya que estamos.

Las plantas de marihuana, por último, son regadas por una mujer albina.

Las cambian de lugar por las noches y vuelven a ubicarlas, a primera hora.

Ya han crecido mucho desde la primera vez que las vi.

La mujer albina, en cambio, parece cada día más pequeña, y hasta más delgada.

Ese era el panorama desde el segundo piso que observé hasta el día de hoy.

Esta es la primera vez que lo describo.

Luego llegó la balacera, y las cosas cambiaron, definitivamente.

Pero eso es otra historia.

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