miércoles, 11 de enero de 2017

Tatuajes.


I.

Ella avanza por el andén del metro.

Lleva una polera sin mangas y una falda pequeña.

Él la detiene.

Cortésmente la detiene.

Le pregunta por sus tatuajes.

Ella no sabe quién es él.

Ella no entiende qué es lo que le pregunta.

Él se lo dice.

Él quiere una historia. Un símbolo. Un signo.

Ella lo intenta, por un rato.

Ella lo intenta, pero no tiene nada que darle.


II.

Llega el metro a la estación.

Ella se sube al vagón, mientras él regresa a la superficie.

Entonces él se aleja pensando.

Ella no tenía una historia.

Tampoco un símbolo.

Menos un signo.

Sus tatuajes eran piel natural.

Ella entera era piel natural.

Sus palabras eran ruidos.

Eso es lo que él piensa.

No tiene nada más.

Él intenta entonces, con eso, construir alguna historia.


III.

Se cierra la puerta del vagón.

Ella se aleja extrañada.

Todos hablan en el vagón.

Ella también parece hablar, entre todos ellos.

Él hombre ese hablaba extraño, se dice.

No debe tener tatuajes.

Y claro… debe preguntar porque no tiene historia propia.

¡Pobre tipo…!

Tal vez debió decirle algo.

No debe entender de qué trata su propia piel.

Todo en él eran palabras.


IV.

Se abre la puerta del vagón.

Ella sale y se dirige a la superficie.

Mientras va en la escalera mecánica piensa por primera vez en sus tatuajes.

En sus tatuajes ya tatuados, por supuesto.

Es extraño pensar en uno mismo, se dice.


V.

Él construye una historia.

La escribe en el ordenador, tras llegar a casa.

Luego se excita recordando a la chica de los tatuajes.

Más tarde, cena con su esposa y conversan sobre asuntos triviales.

Antes de acostarse, en el baño, él se dibuja en el brazo una figura que nada significa.

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