domingo, 14 de marzo de 2021

La columna.


La clave era dar con la columna que sostenía el peso.

La mayor parte del peso.

Luego, lo que ocurría dependía de las emociones de aquel que la encontraba.

Por lo mismo, uno podía esperar, en principio, cualquier cosa.

Yo, por ejemplo, solía pronosticar lo peor.

Imaginaba que alguno haría lo imposible por derribar la columna.

Y esperaba, ansioso, que todo se viniera abajo.

Sin embargo, el tiempo fue pasando sin que ocurriese nada memorable.

Y es que, por lo general, las emociones iniciales derivaban en simple indiferencia.

Me refiero a que aquellos que localizaban la columna, se contentaban con mirarla un rato.

Les bastaba observarla ahí, en medio de todo, como si no les incumbiera en lo absoluto.

En lo personal, no podía entender qué les ocurría.

Esto porque en un inicio, todos ellos se veían llenos de energía, impacientes por comenzar el juego.

Pero claro, al poco andar, parecían olvidar aquel primer impulso.

Y el objetivo del juego -si lo hubo alguna vez-, parecía ya irrecuperable.

De esta forma, todos los que habían ingresado, como prominentes jugadores.

Como promesas de cambio, digamos.

Terminaban por ser parte del decorado de todo aquello.

Y pasaban a confiar ciegamente en la columna.

Como si luego de ser vista les fuera permitido olvidarla.

Como si no hubiese peso alguno sobre ellos.

Como si tuviesen derecho a olvidar las reglas del juego que habían comenzado.

En lo personal, supongo que se quedaban únicamente con la instrucción inicial.

Esa que decía que la clave era encontrar la columna que sostenía el peso.

Todo lo demás lo olvidaron.

Lo dejaron de lado.

En intentaron, en cambio, ser felices.

Pero claro… faltaba todavía una cosa más.

Y justo entonces fue mi turno.

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