viernes, 5 de marzo de 2021

El limpiavidrios.


I.

Se bebió el limpiavidrios.

El líquido limpiavidrios.

Casi medio litro de un compuesto azul
o turquesa
de sabor amargo.

Directo desde la botella plástica.

Tras sacarle el rociador.

Varios tragos cortos, pero constantes,
tratando de no respirar, mientras bebía.

Como si la quemase, cada sorbo.

Como si quisiera pensar en otra cosa
y no pudiera.

Frustrada.

Nerviosa.

Así se bebió el limpiavidrios.


II.

Fue llevada a urgencias al otro día.

Un sobrino, al parecer,
la encontró en el suelo del baño.

No adivinó lo ocurrido,
aunque el envase plástico del limpiavidrios
estaba caído a un costado.

Ya después, con más calma,
ordenaron y encajaron cada pieza.

Los olores del vómito,
lo que comentó el doctor
y el rociador separado del envase...

La historia era sencilla.

Cuando despertó, al día después,
y ya parecía entender,
le pidieron confirmar los hechos.

Ella sonrió y los aceptó,
mientras bajaba la vista.

No dijo mucho más, al respecto.


III.

Todo fue menos trágico
de lo que podría suponerse.

La visita de los hijos.

Los saludos de los nietos.

El regreso a casa.

La seriedad dio paso a las bromas
y a soluciones sencillas
que no distinguían el problema.

Ella, de todas formas, prometió no volver a hacerlo.

Dijo que no había necesidad.

Que se sentía limpia.

Que su interior estaba azul
o turquesa, dijo sonriendo.

Les repitió que se fueran tranquilos.

Que pensaran mejor en otra cosa.

Y que se preocuparan, mejor,
si la querían ver bien,
por sus propios problemas.

Eso fue lo que les dijo.

Luego no hay historia.

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