lunes, 8 de marzo de 2021

Si Van Gogh hubiese sido un púgil.


Si Van Gogh hubiese sido un púgil.

Un boxeador de peso ligero, probablemente.

Si Van Gogh hubiese sido un púgil, decía.

Hubiese caído posiblemente en el primer round.

O en el segundo.

Se habría parado por supuesto, pues no era de los que se quedan en el piso.

Y hubiese seguido así, sin levantar la guardia, hasta volver a caer.

Así, ya en el piso, en aquella ocasión en que ya no pudiese levantarse.

Habría mirado todo desde esa perspectiva.

Y la sangre en sus ojos le habría dado una coloración distinta.

Una satisfacción distinta al parecer ser derrotado por el mundo.

Al simular perfectamente que son los golpes de otro los que te botan a tierra.

Entonces Theo, como Don King, habría intentado ponerlo nuevamente en marcha.

Conseguirle un nuevo entrenador.

Engrosarlo un poco.

Fortalecerlo, digamos.

Aunque claro, las perspectivas de un triunfo seguirían siendo escasas.

O nulas, si vamos aquí a ser sinceros.

Y es que no habría habido mucha resistencia, supongo.

Solo un estilo único para recibir los golpes.

Y perdonar, tal vez, después de cada uno.

Me refiero a que no habría habido nunca un tercer round.

Tampoco fallos divididos.

Tyson no habría tenido oreja que morder.

Y el espectáculo terminaría siempre demasiado pronto.

Como un plato demasiado pequeño.

Como un concierto de una sola canción.

O como la vida de todos, 
para dar un ejemplo 
más cercano.

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