martes, 19 de noviembre de 2019

El joven Hegel.


No me gusta especialmente ni me manejo mucho en su obra, pero igualmente soñé con Hegel. En primera instancia pensaba que se trataba de un niño, pero luego, al acercarme, comprendía que ya era joven. Recién salido de la adolescencia, prácticamente, todavía con alguna espinilla en el rostro, pero con una actitud seria y adulta, lo encontré caminando en un parque, a media tarde, mirando sus pies -me pareció-, mientras caminaba lentamente sobre la gravilla.

Ya oscurecía cuando comenzamos a hablar. Ni siquiera recuerdo a raíz de qué. Yo comentaba algo sobre un pájaro que estaba en un árbol y él, sin siquiera mirarlo, me confesó que llevaba toda la tarde pensando sobre la órbita de los planetas.

-¿Te gusta la astronomía? -pregunté.

Pero él no me respondió. O no directamente al menos.

-Ya no está el pájaro en el árbol -me dijo, luego de un momento.

Yo miré hacia el árbol donde antes lo había visto y comprobé que era cierto.

-Ahora está cerca del basurero -agregó-, el que está a tu derecha, en el borde de la plaza.

Miré hacia aquel lugar y vi que el pájaro caminaba junto al basurero, buscando comida -supongo-, en el suelo.

-No es un orden perfecto -continuó-, pero de cierta forma es una órbita. Todos los elementos naturales tienen una.

-¿Aprendes eso mirando los planetas? -pregunté.

-No miro mucho los planetas -me dijo-. No necesitas mirarlas ni calcularlas, sino pensarlas. Ves las cosas en un sitio y luego en otro y en medio todo es lógica. Si es correcta sabrás luego lo que sigue.

-Ya -dije yo.

-El pájaro -siguió-, en pocos segundos más va a volar nuevamente hacia el árbol, y poco después sobre la muralla blanca, de la casa que está en esa esquina.

Yo no dije nada, pero busqué al pájaro, para comprobar su teoría. Él apenas levantaba la vista y no parecía estar interesado en comprobarla.

Entonces, asombrado, vi que el pájaro se posó sobre el árbol, y poco después, volando sobre nosotros, parecía dirigirse en dirección a la muralla.

Al volar sobre el joven Hegel, sin embargo, el pájaro defecó y terminó ensuciando la cabeza del futuro filósofo, que seguía mirando el suelo.

-Te cagó el pájaro -le dije.

-¿Cuál pájaro? -contestó.

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