sábado, 2 de noviembre de 2019

Doctor San Juan.


Antes venía un médico. Se llamaba doctor San Juan. O al menos así pedía que lo llamaran. Usaba un delantal blanco y bajo él siempre andaba de traje. Era él quien recetaba las pastillas, aunque tras cambiarnos de pabellón comenzó a darnos opciones.

-¿Pastillas o pala? -preguntaba.

No recuerdo los demás, pero yo siempre elegí pala.

Entonces él te llevaba a un costado y tras conducirte hasta la puerta que daba al patio te entregaba una pala y te lanzaba fuera.

Ya fuera, uno cavaba.

La tierra estaba siempre un poco húmeda así que no resultaba tan difícil.

Yo hacía hoyos pequeños, de aproximadamente medio metro, o poco más.

Recuerdo que tras hacerlos me metía en ellos y si notaba que mis rodillas quedaban bajo la línea de superficie, asumía que ese hoyo estaba listo y comenzabas otro.

Debo haber hecho siete u ocho hoyos por día.

Parábamos para almorzar y luego, cuando el sol se ocultaba, nos dábamos una ducha y volvíamos a ingresar.

Extrañamente, al comenzar el día siguiente encontrábamos los hoyos cubiertos nuevamente. Se notaba la tierra removida y yo suponía que sacaban internos de otro pabellón, para hacer ese trabajo. Nunca lo comprobé en todo caso.

No sé cuánto tiempo pasó de esa forma. A mí no me desagradaba ese trabajo. Tú mismo ponías el ritmo y nadie te decía que debías hacer. Incluso había algunos que se sentaban al sol y no cavaban nada. No recuerdo que nadie nos haya dado una orden, en aquel patio.

Llegó así un día en que el doctor San Juan hizo nuevamente su pregunta y nos llevó al patio.

-Pala -dije yo, y extendí mi mano, para recibirla.

Pero el doctor San Juan me entregó solo un palo.

Me quedé pensando en eso mientras entregaba palas comunes a los demás. Luego me acerqué hasta el y le extendí el palo.

-¿Qué pasa? -me preguntó.

-Me entregó un palo, no una pala -le dije.

-¿Es importante la diferencia? -preguntó.

-Si quiero cavar, sí -contesté.

-¿Y quieres cavar, realmente?

-Si la otra opción son las pastillas, prefiero la pala -señalé tras pensármelo un poco-. Y si tengo la pala y estoy sobre la tierra, prefiero cavar, a no cavar.

-Ya -dijo él.

Luego me pidió que lo acompañara hasta una sala. Me hizo otras preguntas y me dejó llamar por teléfono. Luego me explicó que me podía ir, si quería.

-Quiero -dije yo.

Entonces me hizo firmar unos papeles, donde yo aseguraba que ningún funcionario me había hecho daño y que las heridas que tenía habían sido producto de accidentes y del ejercicio diario.

Firmé todo aquello y de paso descubrí, en esos papeles, el verdadero nombre del doctor San Juan.

Él, entonces, me dejó ir.

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