lunes, 25 de noviembre de 2019

Ella bailaba frente al espejo.


Ella bailaba frente al espejo antes de dormir. No recuerda cómo adquirió esa costumbre, pero lo hizo así por varios años. Sin música real, pues en la casa podían escucharla y no habría sabido explicar la situación. Ella bailaba simplemente, imaginando algún ritmo. No hacía coreografías ni imitaba pasos. De hecho, el espejo frente al que bailaba, era bastante pequeño y solo reflejaba su rostro y la parte alta de su cuerpo. Entonces ella bailaba frente a él simplemente porque debía mirar hacia algún sitio. Y mirarse mientras bailaba era la mejor forma de saber que efectivamente estaba bailando. No existían más razones, según ella. Tampoco eran necesarias. Por eso se quedó en silencio cuando un día su madre comenzó a preguntarle sobre aquello. La había visto desde el patio, por la ventana que daba a su cuarto, ya que las cortinas estaban un poco corridas. Intrigada, volvió a observarla otras noches comprobando que aquello era algo cotidiano. Y claro, fue entonces que comenzó a preguntarle a su hija sobre esos movimientos. No lo llamaba bailar, por cierto. La madre escogía hablar de movimientos mientras su hija no respondía y se quedaba mirándole, simplemente, en silencio. Hablándole tal vez, pero sin palabras reales, por lo que no podríamos explicar aquí qué es lo que la niña le decía. Días después dejó de bailar. Mientras estaba frente al espejo comprendió que aquello podía ser absurdo y dejó de hacerlo. Ya acostada, pensó que tal vez podía bailar, aunque sin movimientos reales, incluso desde la cama. Lo hizo así por un tiempo. Unas semanas, nada más. Luego dejó de hacerlo.

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