viernes, 29 de noviembre de 2019

Ropas a la lavandería.


Desde que separó llevaba sus ropas a la lavandería. Una vez a la semana, o tal vez dos. No tenía lavadora en su departamento y era algo que le acomodaba. No tuvo problemas hasta que la tienda estuvo cerrada por poco más de dos semanas y prácticamente se le acabó la ropa. Compró incluso algunas camisas para el trabajo y un poco más de ropa interior. Cuando ya llevaba un mes casi sin llevar su ropa y no le quedaba nada más, vio que la lavandería estaba abierta y llevó todo. Llenó un par de maletas, su mochila y tres bolsos, y fue a dejarlo a aquel lugar en tres viajes. Bromeó con los encargados quienes le dijeron que todo estaría listo para el otro día, al finalizar la tarde. Le explicaron que habían debido viajar por un problema familiar, pero que ya no pensaban cerrar en mucho tiempo. Incluso le dieron las gracias por haberlos esperado. En el departamento, esa noche, se sentía extraño. Había comprado ropa para ir a trabajar al día siguiente, pero no tenía nada más. Observó el lugar y sintió que nada ahí le pertenecía. Que tenía muy poco, digamos, y que estaba de paso. Intentó no pensar en aquello, pero luego cayó en cuenta que era cierto. Tal vez a todos los que se divorciaban les ocurría igual. Además, como ellos no habían tenido hijos, el vínculo parecía haber desaparecido totalmente. Y él se sentía entonces, profundamente lejano. Como esos objetos que el mar devuelve en una playa distinta en la que fueron perdidos. Se duchó y se acostó desnudo, esa noche. Había comprado un juego de sábanas nuevo y lo puso en su cama, antes de dormir. Al día siguiente, luego del trabajo, podía ir por sus ropas de siempre. Todo mejoraría desde ahí, supuso. Aunque por otro lado… si ocurría algo… si se perdían las ropas, por ejemplo, o la lavandería volvía a cerrar… Se angustió pensando en eso. Apenas durmió esa noche, de hecho, entre sus sábanas nuevas. Y es que le parecían ásperas. Falsas, incluso… como de utilería. Solo sirven para fingir que uno está dormido, se dijo. Cerró los ojos, entonces. Un par de horas después sonó la alarma, desde el celular.

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