viernes, 1 de noviembre de 2019

Desconfiar de Felicia.


I.

Deberían desconfiar de Felicia.

Ya por su nombre deberían desconfiar.

Además nadie sabe decir si es linda.

Y es demasiado silenciosa.

De todas formas lo de ser linda o no, es algo sin importancia.

Aunque no saber decirlo me parece de cierta gravedad.

Tal vez por eso me paso mirándola y pensando en cómo es.

En cómo es realmente, me refiero.

Mientras llego a conclusiones, sin embargo, deberían desconfiar.

Eso es lo que pienso.


II.

Almorzamos juntos el otro día.

Apenas hablamos, pues debíamos volver pronto a trabajar.

Entre otras cosas, ella me dijo que creía en profetas.

En profetas que no saben que lo son, pero que evidencian una falla moral.

No entendí de lo que hablaba y entonces ella comenzó a dibujar en un papel.

Pensé que era algo explicativo, pero se fue, finalmente, dejando el papel sobre la mesa.

En él encontré escrita una dirección.

Decidí ir a aquel lugar al salir del trabajo.


III.

Encontré la dirección y llamé.

Felicia abrió la puerta y yo entré.

Me sentía extraño.

Como subiendo a un tren que no sabes dónde va.

Todo lo que recuerdo son imágenes e impresiones, pero no certezas.

Como si hubiese encontrado la verdad, para después perderla.


IV.

Me llevó hasta una ventana y me mostró, a lo lejos, dos personas conversando.

Esos dos que están ahí se están mintiendo, me dijo.

Luego desde otro sitio, bajo la ventana, se escuchó un grito.

Pero venía desde un lugar vacío.

Nadie está gritando ese grito, le dije.

Ella asintió.

Luego me condujo hasta una cama.

El verdadero terrorismo es una forma de arte, comentó, mientras se sacaba la ropa.

Tenía varias cicatrices, en la espalda.


V.

Todo lo que recuerdo son fragmentos.

Por ejemplo, sé que habló sobre la sangre.

Y dijo que esta debía caer sobre las piedras y no sobre la tierra.

De sus cicatrices solo explicó una.

Había ocurrido de pequeña, cuando otros niños la mordieron mientras jugaban a la guerra.

Te hablaría de las otras, me dijo, pero no recogerás la realidad.

Yo acepté su observación, pues era cierta.

Libros en los libros y realidad para llenar la realidad, agregó mientras volvía a subirse sobre mí.

A los dioses no les gusta.

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