martes, 3 de agosto de 2021

Una palta con dos cuescos.


Me salió una palta con dos cuescos.

Igualito que un huevo con dos yemas.

O los tres corazones del pulpo.

Lamentablemente, a diferencia del huevo con dos yemas, los dos cuescos resultan una anomalía que resta contenido a la parte comestible del producto.

Por lo mismo, no supe si alegrarme o sentirme estafado con lo ocurrido.

Es decir, no supe en qué transformar mi sensación inicial de sorpresa.

Dejé entonces esas dos posibles sensaciones futuras a la espera de decidirme.

En estado de latencia, digamos.

Entonces, conté lo ocurrido con la palta a algunos conocidos, para asimilar lo correcto, a partir de su reacción.

Lamentablemente, ellos no tuvieron reacciones claras con esto.

No fueron “reacciones unánimes”, me refiero.

Uno de ellos, por ejemplo, pareció tomarlo como una señal positiva, probablemente de buena suerte.

Otro me compadeció, como si lo ocurrido hubiese sido un infortunio, o una malformación, de cierta forma.

El último, en tanto, me pidió pruebas de lo ocurrido, desconfiando de mis palabras.

Pero, ¿para qué iba yo -o alguien-, a inventar que le salió una palta con dos cuescos?

¿Para tratar de hablar de otra cosa sin mencionarla directamente?

¿Para intentar ser honesto tomando el camino más intrincado?

Pues no debiese yo responder esas preguntas.

Eso pienso, al menos, mientras sigo aquí, sin decidirme aún entre miss dos posibles respuestas.

Sensaciones que probablemente ya se endurecieron, en mi interior.

Justamente como dos cuescos, podría decir alguien perspicaz.

Alguien perspicaz que, ciertamente, no soy yo.

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