miércoles, 18 de agosto de 2021

Atentamente.


Escuchábamos atentamente. Tomábamos apuntes, seguíamos sus palabras, nos admirábamos, incluso, por momentos, pero lo cierto es que ninguno de nosotros sabía bien de qué estaba hablando. O más bien, no comprendíamos qué decía sobre aquello de lo que estaba hablando. Puede sonar confuso, pero lo que trato de decir que, al menos, éramos capaces de comprender el tema de su charla. Aquello general que era supuestamente el centro y el punto de partida de aquello que luego comenzaba a desarrollar. Sí, eso comprendíamos. Pero no avanzábamos mucho más, si soy sincero. Creímos que sí, de todas formas, en un inicio. Me refiero que luego de escuchar nos íbamos del lugar sintiéndonos más tranquilos. Más sabios, probablemente. Como si se hubiese agregado un nuevo valor, a cada uno de nosotros, luego de escuchar sus palabras. Sin embargo, no recuerdo bien por qué, un día intentamos ordenar aquello que habíamos oído. Reconocimos el tema, observamos apuntes, tratamos de recoger sus palabras. Todos estábamos seguros de que había desarrollado ideas trascendentes sobre algo, pero al hablarlo, descubrimos que ese algo estaba totalmente despojado de ideas. Estaba desnudo, digamos. Como si en vez de profundizar sobre aquello, le hubiese quitado todo lo accesorio. Una palabra o un tema flotando entre nosotros, como un cadáver. Un cuerpo limpio, entonces, despojado de vida. Puro, tal vez, debimos decir, pero nos vimos eso. Equivocamos el camino y nos sentimos engañados. Perdimos la oportunidad, simplemente. La culpa es nuestra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales