sábado, 7 de agosto de 2021

Dejarlo ahí.


El mundo está bien. No tan bien, pero bien. Huele decentemente, al menos. Si lo metiésemos en agua todavía se iría al fondo. Le costaría, pero se iría al fondo. No flotaría, me refiero, como los huevos podridos.

Hablar de los hombres, sin embargo, es otra cosa. No es que estén tan mal ni tampoco los meto a todos en el mismo saco. Pero hay que admitir que huelen distinto al mundo. Al menos denuncio eso. Su olor no es nauseabundo ni es un hedor a muerto ni a podrido, pero revela una naturaleza distinta al resto de la naturaleza. Eso ya es extraño y me lleva a olfatear dos o más veces, digamos. Y me obliga de esta forma a esforzarme para ser un poco más específico. Para acercarme a la comprensión, incluso, aunque no lo logre.

Es por eso que me esfuerzo. Me concentro olfateando y descubro entonces que la gente huele a salchichas. No a salchichas crudas, sino a cocidas. Recocidas, incluso. Un poco hinchadas. Amontonadas en una olla sin mucha diferencia entre unas y otras. Con sabor artificial, probablemente. Productos uniformes de carne procesada. Carne, piel y otras cosas, en definitiva, que prefiero no detallar.

Mejor centrarse en el mundo, me digo.

Centrarse en el mundo, y dejarlo ahí.

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