martes, 17 de agosto de 2021

Tickets de cambio.


Ella tiene extrañas colecciones.

Desde hace un tiempo, por ejemplo, comenzó a juntar tickets de cambio.

De esos que entregan a veces, junto a las boletas, cuando compras algún producto que probablemente esté destinado a ser regalado.

En principio los acumuló en un cajón, simplemente, pero luego se acostumbró a guardarlos en latas vacías, de galletas.

Ya he llenado cuatro, me dijo, cuando me los mostró.

Esa vez se había tomado un ácido y me pidió que la cuidara.

Se los había vendido un finlandés que arrendaba un departamento en el piso de arriba, pero no se atrevía a tomárselos estando sola.

Puedes mirar mi colección, dijo entonces, pasándome las latas.

Yo las abrí y no entendí lo que era, hasta que ella lo señaló.

Luego, mientras estaba bajo el efecto del ácido, comenzó a explicar una serie de cosas sobre esos tickets, pero no comprendí mucho.

Recuerdo que insistía en que eran algo así como símbolos, aunque no logré entender de qué.

No fueron usados, repetía, entre otras frases, una y otra vez.

Reflejan la aceptación de algo, pero a la vez -decía-, la renuncia a su uso los ha despojado de su verdadero significado.

Pero entonces ya no serían tickets de cambio, intenté razonar con ella, en ese entonces.

Son solo papel si ya no tienen su función, le señalé.

No recuerdo, sin embargo, que hayamos llegado a algún acuerdo.

Ni siquiera, supongo, discutimos realmente sobre su nueva colección.

Ocurrió simplemente que ella estaba ahí y yo ahí y entre ambos los tickets de cambio.

No existe más verdad, en esa historia.

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