jueves, 10 de marzo de 2016

Sueña con desiertos.


Sueña con desiertos. Desde hace años sueña con desiertos. Él en medio, claro, y hacia todos lados, el desierto. Y es que siempre el sueño comienza así. Arena, sol y lo que se supone que hay en un desierto. Por suerte, al menos, en el sueño no hay calor. El sol está ahí más bien para guiarse. Porque es cierto, de lo que se trata el sueño es de salir de ese desierto. Caminar por la arena, elegir una dirección, llegar hasta algún sitio. La costa. Un pequeño pueblo. Una carretera por dónde pasan algunos autos. Y es que siempre es ese el final del sueño. Durante años el mismo proceso: el desierto, avanzar por el desierto, salir de ese lugar. Eso es lo que le cuenta al siquiatra, al menos. Algo resignado ya, pero molesto con esto de no soñar otra cosa. Y hasta molesto por el final tan abrupto de no saber qué sucede cuando sale de ese sueño. Con todo, lo que más le molesta a él, es el cansancio de caminar por el desierto. Y de despertar incluso, con ese cansancio. Es entonces cuando el siquiatra le recomienda que mejor no camine. Espere simplemente en el desierto, le dice. Espere a que se acabe el sueño. Y claro, él comienza entonces a intentarlo, pero el sueño se alarga. Como si de alguna forma algo lo pusiese a prueba para ver cuánto puede esperar así, sin moverse. Sin ir hacia ningún sitio, digamos. Con todo, sigue rindiéndose hasta que una noche se decide a quedarse ahí, simplemente. Y esperar. Se repite una vez que eso hará, y eso hace. Se sienta a esperar en medio del desierto. El sueño tiene que acabar en algún momento, se dice. Se convence de ello, por cierto, y desde entonces espera.

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