lunes, 14 de marzo de 2016

La estampida.


Una carrera, tal vez.

Una estampida.

Algunos incluso, dejándose atrás, a sí mismos.

Poco se ve, desde el camino.

Muy poco.

La dirección se adivina, por la multitud.

Los viejos van quedando atrás, como siempre.

Y yo no sé, siquiera, en qué sitio me encuentro.

De vez en cuando un nombre.

De vez en cuando alguien enciende una llama.

Y claro… el fuego atraviesa la estampida.

Enceguece a alguno.

Enciende la cabellera de algún otro.

Un hombre pasa entre la multitud como un cometa errante.

Tal vez ya somos menos.

Tal vez podríamos empezar a hacer orden.

Esa que ves allá, por ejemplo…

Esa debe ser la Muerte, en bicicleta.

Tan chistosa, la pobre.

Tan aparatosa.

Si hasta pareciera que se agranda, cuando se aleja.

Ni siquiera respeta la ley de perspectiva.

Siempre es así.

Y así también, continúa la estampida.

Pisamos trozos de algo, en el camino.

Cae un hombre hecho jirones.

Una voz se desvanece y resuena un grito.

Esto ni siquiera parece justo…

¡Ya te quiero ver, Usaín Bolt,
500 metros planos,
y con la cruz a cuestas…!

Un auto que va a un costado, 
filmando la estampida,
parece salirse del camino.

Se oyen ruidos.

Se levanta polvo.

¿Alcanzas a ver eso que está ahí…?

Esa es la belleza, simplemente.

La belleza de la rueda que sigue girando,
incluso después de la caída.

Y la muerte…

Qué extraño…

Ya no se ve
por ningún sitio.

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