miércoles, 30 de marzo de 2016

Pequeña utilería (o El universo quedó lejos)


Desde el accidente ella ve todo más pequeño. Me refiero a que incluso se ve a ella misma con las medidas incorrectas. La gente le parece pequeña. Los autos. Las calles. Los muebles de las casas. Es como si viviera en una maqueta, señala, pero cuesta entenderla realmente. Y es que si ve todo más pequeño, uno piensa que debiese simplemente ajustar la escala, y pasar a considerar todo nuevamente normal.

Ya lleva varios meses asistiendo al siquiatra y la situación no cambia. Supuestamente se trata de una manifestación poco común, de un trauma de lo más habitual para aquellos que han sufrido un accidente como el vivido por ella.

Si hasta sus hijos le parecen muñecos, le ha señalado al doctor. La comida, en tanto, le parece servida en porciones tan pequeñas que le dan risa. Las ropas tendidas, los platos… todo para ella pasó a convertirse en elementos de pequeña utilería. Todo, incluida ella misma, por supuesto. Miro mis manos y las veo tan pequeñas… señala.

En el último informe, sin embargo, el doctor destaca una observación de la mujer. Y es que ella, al hablar del universo, pareciera verlo como algo acotado… como si los planetas, por ejemplo, girasen en torno a su cabeza (su cabeza-consciencia, digamos, no su pequeña cabeza de falsa utilería) y fuesen de un tamaño cercano, accesible, incluso.

Todo se redujo y el universo quedó lejos, le dijo al doctor. Y nosotros quedamos como miniaturas en una mesa, bajita… minúsculos en uno de los planetas del universo, nada más.

Lo peor de todo esto, sin embargo, es que probablemente tendrán que internarla. Los hijos se quedarán un tiempo con unos tíos, pero el problema de fondo es que ella puede tener problemas, tiempo después, para recuperar la custodia.

Todo esto por ver las cosas más pequeñas.

Sentirlas más pequeñas, más bien.

Yo, en tanto, ayudo al doctor a redactar uno de los informes que deberán presentarse en el juicio donde se tratará la custodia.

Pequeña utilería, finalmente.

Justo entonces, ella golpea la puerta y entra con pasos torpes hasta donde nos encontramos escribiendo.

Y claro, yo la observo, sorprendido.

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