martes, 5 de diciembre de 2017

Dos días a caballo.


Él salió de la ciudad primero, y le dijo que se encontraran en el lugar al que llegara luego de andar dos días a caballo.

Ella, en tanto, si bien comprendió la dirección en que él partía, comenzó a dudar sobre el poder encontrar realmente aquel lugar, pues la expresión dos días a caballo se le hacía difusa.

Así, antes, de partir, consultó con algunos conocidos si esos dos días a caballo debían incluir las noches de cabalgata, o si debía consideraba doce horas, u ocho, o qué medida en particular, para determinar la distancia.

Asimismo, se complicó por la contextura del caballo y hasta el peso que cargaba. Después de todo, si cabalgaba dos días, pero más lento o más rápido que él, terminarían por no encontrarse, y eso, a todas luces, sería una desgracia.

Consultando estas cosas y tratando de asegurar que el encuentro se realizara de forma efectiva, ella hizo un pequeño viaje hasta donde un viejo amigo que vivía en la montaña y podía saber sobre estas cosas.

El viejo amigo, en tanto, que había perdido a su esposa hacía pocos meses, atendió a la mujer muy cortésmente aunque no supo explicarle, finalmente, cómo calcular de forma certera los dos días a caballo.

Ella, desesperada, rompió en llanto y se sumió en un estado de tristeza tan profundo que solo la preocupación y cariño de su viejo amigo pudo darle ánimos, días después, para volver a ponerse en pie.

Así finalmente, debido a la indeterminación de una unidad de distancia y al afecto y preocupación de su viejo amigo, ella decidió quedarse en la montaña y ver qué ocurría.

Después de todo -convinieron ella y su viejo amigo-, el amor mismo podía nacer de circunstancias extrañas, y prácticamente casuales.

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