jueves, 21 de diciembre de 2017

La cola de la lagartija.


Cuando pequeños ambos perseguían lagartijas. Y es que había muchas, en el patio de la casa de su abuelo, donde vivían en ese entonces. Si bien deben haber cazado en cantidad, y tenido varias anécdotas, lo que Benjamín mejor recuerda ocurrió un día en que su hermano lo engañó organizando una mala repartición de lo atrapado. En esa oportunidad, tras darse cuenta que la única lagartija que consiguieron se había desprendido de su cola, a Benjamín le aseguraron que, de la misma forma como a la lagartija le crecía otra cola, también crecía una nueva lagartija, de la cola desprendida. Y claro, como Benjamín veía moverse la cola, y además era el más pequeño, creyó esa explicación y estuvo varios días esperando la generación de la lagartija, cosa que por supuesto, nunca ocurrió. No es que fuese algo tan grave, por supuesto, pero Benjamín no ha olvidado la sensación al comprender que la cola estaba muerta, y que había sido engañado por su hermano. Por esto, Benjamín explica que si bien no existe un rencor consciente hacia nadie, hay de todas formas una huella que en ocasiones sigue resultando incómoda, por ejemplo, cuando se piensa en la inocencia o se intenta tener una confianza absoluta en los otros, ante una situación particular. Todavía se retuerce por ahí, en mi memoria, la cola de esa lagartija, dice a modo de explicación Benjamín, sin darse cuenta que quienes lo escuchan sienten que se da mucha importancia y que no sabe olvidar. Aunque el problema, por supuesto, sea en esencia de otra índole.

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