Voy a Correos a buscar un libro que debió haber llegado hace unas
semanas.
Doy mi rut. Mi dirección. El número de orden.
Entonces, me muestran algunos que no han retirado y que parecen
coincidir con mi nombre.
Reviso los paquetes:
Bian… Vyann… Wiann…
Y claro… le explico al encargado que los nombres no coinciden...
Entonces, de una caja vieja, surge una carta de hace varios años.
Una postal, más bien, desde el otro lado del mundo.
Debe haberse traspapelado, me
dicen.
Yo la miro. Leo el remitente, por supuesto, y hasta me aseguro varias
veces que sea para mí.
Todo está en orden.
La abro.
El encargado, me observa como si esperase que la compartiera.
Obviamente no lo hago.
De hecho, apenas me fijo en lo escrito.
Y claro... me paralizo un poco.
Creo que me confundí, le digo
entonces, era para otro Vian.
El encargado asiente y retira la postal, algo molesto.
Con todo, yo me siento tranquilo, en ese aspecto, pues sé que no he
mentido.
Así, buscamos un rato más el libro. Sin éxito.
El libro que debió haber llegado hace unas semanas, me refiero.
Por último, viéndome decepcionado, el encargado me ofrece otros libros,
que nadie retiró.
Puertolas, Amis, Solana... varios más.
Puertolas, Amis, Solana... varios más.
Finalmente, elijo uno de Murakami, que se me había extraviado.
Nos despedimos.
Lo dejo en su mundo de cartas y envíos no entregados.
Mientras me alejo, descubro que el hombre guardó la postal, al interior
del libro.
Un despiadado país de las
maravillas, dice el título.
Y bueno… es completamente cierto.
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