sábado, 20 de abril de 2013

Así, una lámpara, al azar.



Así, al azar.

Así como por descuido.

Me encuentro hoy con una lámpara de Tiffany.

Llena de vidrios de colores y con una base de bronce.

El hombre que la vende, con desgano, cuenta que era de su hija.

Aunque claro… ella no la encendía, me dice, así que no sabe si funciona.

Entonces, de forma un tanto inconexa, cuenta algunas cosas, sobre su hija.

Yo lo escucho.

Entre otras cosas cuenta que la hija se fue hace bastante tiempo.

Que se recibió de enfermera.

Que lo llamó por última vez hace dos años, diciendo que iba a ir a saludarlo.

Y diciendo, por cierto, que quería llevarse sus cosas.

Solo me falta vender la cama y esta lámpara, dice entonces el hombre.

¿Usted no necesita una cama?

Es entonces que yo le explico que lo que me interesa es la lámpara.

Y claro… le pregunto el precio.

El hombre lo piensa y la toma entre sus manos.

No tiene cable, observa.

¡Ni siquiera tiene para poner una ampolleta…! Dice entonces, asombrado.

Yo le digo que no importa, que la quiero como adorno, simplemente.

Entonces, el hombre se queda en silencio, con la lámpara entre las manos.

Pasan un par de minutos.

Su expresión cambia.

Por un momento creo adivinar que el hombre piensa en la hija,
pero luego entiendo que está concentrado en la lámpara.

Y es que la mira… la da vueltas… niega con la cabeza.

No puedo venderla, dice entonces, esta no es una lámpara.

¿Y saben…? Extrañamente yo no insisto.

No sé bien por qué, pero no insisto.

De esta forma, el hombre abre una mochila negra y guarda la lámpara.

¿Seguro que no le interesa una cama?, pregunta entonces.

Yo vuelvo a decir que no.

Él me pide entonces que me aleje, para no ahuyentar a los clientes,

Y bueno… yo acepto.

Eso es lo más cerca de un producto Tiffany, que he estado.

Por último, mientras me alejo, observo que el hombre ha comenzado a guardar sus otras cosas.

Todo tiene un color extraño, pienso, como si fuera un sueño.

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