jueves, 25 de abril de 2013

Caerse de la casa del árbol.

“Yo era todavía una niña, y no demasiado inocente,
para preocuparme, como uno hace a los trece años,
por todos esos asuntos en que la ignorancia es una carga
y el descubrimiento, humillante”.
Colette


¿Es caerse desde el árbol,
caerse desde la casa del árbol?

Lo pregunto pensando en uno, claro,
en experiencias remotas,
en el descubrimiento extraño, incluso,
casi olvidado,
de lo que uno fue, aquellos días.

Porque claro…
uno bien puede caerse,
eso no está en duda,
huellas hay…
testigos, incluso…
lo que no concuerda es el enunciado.

Y es que nunca nos pusimos de acuerdo
si caí desde el árbol
o desde la casa en el árbol.

Tanto me afectó esa cuestión
que recuerdo hasta nació por aquel entonces
un cuento de todo aquello,
uno que justamente llevaba como título
la pregunta esa del inicio,
insistentemente y hasta con dibujos
de un tipo que se parecía a mí
y que se preguntaba aquello
justo a medio caer
y de quebrarse la clavícula
al llegar al suelo.

Y claro,
tanto revuelo causo la caída
que nadie se preocupó de resolver
aquella duda.

¿Siempre se comporta así…?
le preguntó esa vez el paramédico a mi madre.

Mi madre asintió.

El paramédico se acercó entonces
hasta donde yo estaba,
e intentó poner voz de sabio:

Siempre que uno se cae, dijo,
se cae desde uno mismo.

Yo no entendí ni mierda.

Sin embargo, esa vez,
mientras iba en la ambulancia,
pensé incansablemente en el lugar ese
desde dónde caemos
y sentí que sonaba bien decir que morir
era, en muchos casos, caerse
desde la vida.

No debo haberlo entendido muy bien, claro,
pero recuerdo que le pedí un lápiz al camillero
y anoté la frase en un papel amarillento
utilizado para guardar las gasas.

¡Cuánta parsimonia…!

Y es que ¿éramos conscientes, finalmente…?

Conscientes de subirnos a la vida, me refiero.

Conscientes, quizá, del verdadero valor que debían alcanzar
nuestras acciones.

¡Cuánta distancia de esas verdades básicas!

¿Hay que caerse, entonces, nuevamente,
hasta recuperar la cordura?

Pues no sé si tanto.

Lo que sucede es que hoy, simplemente,
encuentro la anotación en un papel amarillento.

Y claro… hoy recuerdo que nunca más subí a un árbol,
ni a casa alguna que hubiese sobre él.

Donde estaba el árbol, por cierto, hoy existe un poste.

Si existió la casa, sobre el árbol,
hoy no es posible demostrarlo,
pues no existe rastro alguno.

Por lo mismo,
cuando recuerdo estas cosas,
todo parece ser parte
de un invento.

Un invento, claro está,
del que podemos caer
igualito que de las certezas.

El cuerpo no distingue
esas sutilezas.

1 comentario:

  1. Soy de la idea que sólo tomamos conciencia de esa "caída" (del árbol-vida) justo en el momento en que nos estamos yendo.
    Un abrazo

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