Ellas conversan en el metro.
Están de pie, en un espacio reducido, hablando.
De vez en cuando una detención brusca las mueve del lugar, levemente.
Pero su conversación no se interrumpe.
Así, escucho a una contar de la vez en que durmió 24 horas seguidas.
Ni siquiera soñé, dice, algo
molesta.
Entonces, ella explica que, de hecho, pensó que apenas había dormido,
hasta que la despertó un hermano.
Fue extraño, confiesa.
Es decir, bien podían decirme que
había pasado una semana, pues la sensación al despertar parecía estar desligada
de cualquier otro acontecimiento, señala.
De esta forma, ella supuso que era una broma de su hermano, aunque
también es cierto que hasta el día de hoy, no está segura qué ocurrió con aquel
día.
…
Es igualito a lo que me pasó a mí,
dice la otra.
Me había comprado un pastel para
la once y me dispuse a preparar un té.
Entonces, ya sentada, fui a
probar el pastel y no lo encontré por ningún sitio.
Luego, ella cuenta que buscó por toda la cocina, y hasta en las
habitaciones, hasta que de pronto se encontró frente a un espejo y vio que tenía
restos de pastel, en los bordes de la boca.
Ni siquiera sabor, agrega,
recordando.
…
Así, mientras las escucho, me percato que ya viene la estación donde debo
bajarme y me preparo a hacerlo.
Igual su historia no me convence,
me dice de improviso una de las mujeres.
Sí, dice la otra, ¿quién va a creer que alguien puede
despertarse, de la nada, en medio de una balsa…?
Por un momento pienso en preguntarles de qué me están hablando, pero
finalmente me bajo antes que cierren las puertas.
Por último, me aseguro de preguntar el día, la hora y
hasta de mirarme en un reflejo para ver si tengo rastros de comida…
Todo está en orden, sin embargo.
Es momento de volver a casa.
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