Hoy tuve uno de mis sueños más extraños.
Iba yo por una montaña, ascendiendo, para encontrar
a Dios.
Aunque claro, en principio no era tanto por ver a
Dios, sino más bien por el desafío del trekking.
Así, seguía yo unas pistas y hasta unos letreros
que indicaban la distancia restante.
Los letreros que indicaban eran diminutos y
parecían pintados por un niño.
Mil kilómetros, quinientos kilómetros, cien
kilómetros, diez kilómetros…
El camino era largo.
Por fin, cuando ya me daba por vencido vi un
letrero que decía:
Dios, a 10 metros divinos.
Seguí caminando, con más fe.
Lamentablemente, en un letrero aún más diminuto
encontré otra información:
Metro divino = mil kilómetros humanos.
Por suerte, en el sueño, la relatividad del tiempo
se hizo sentir y pude finalmente encontrar a Dios.
Estaba de espaldas, apoyado contra unas rocas, en
lo alto de la montaña.
Era grandote.
Con todo, tenía un cuerpo similar al humano, aunque
algo más curvado.
No parecía viejo.
-Dios… -le dije-. Soy Vian. Llegué siguiendo los
letreros.
Él no contestó y hasta fingió un ronquido.
-No te hagas el dormido –le dije-. Es de mala
educación.
Entonces Dios, sorprendido, comenzó a moverse,
lentamente y se volvió hacia mí… y pude verlo:
¡Tenía el rostro pixelado…!
-Disculpa –me dijo-. No quiero que me vean así.
Y claro, yo intentaba distinguir rasgos… y hasta
memorizarlos, pero todo resultaba borroso.
-No es culpa mía –intentó explicar-. Nunca supe que
estaba pixelado…
Así, comenzó a desarrollarse una conversación que
podría denominar técnica, en la que Dios hablaba de su propia conformación y
hasta explicaba de qué forma habría implementado los colores del mundo…
(No voy a intentar aquí reproducir esa
conversación)
Finalmente, y sin vínculo aparente con lo anterior,
Dios lloriqueaba porque, al parecer, había pedido una hamburguesa con queso y
había recibido, en cambio, una en la que faltaba aquel ingrediente…
-Me dieron un producto defectuoso –alegaba Dios-. Desconsolado.
Yo, en tanto, intentaba calmarlo, con una serie de
argumentos no muy sólidos:
-Quizá el producto no es defectuoso –le decía-. Lo
que ocurre es que está mal catalogado…
-¿Cómo?
-Eso, que te dieron un hamburguesa sin queso,
perfecta, en vez de una hamburguesa con queso y defectuosa.
Y bueno… Dios cómo que se lo creía un poco.
Así, justo antes de despertar, mientras miraba a
Dios comiendo su hamburguesa, me percaté que por sus mejillas, en los lugares
por donde habían bajado las lágrimas, nada estaba pixelado, y tenía, en cambio,
una excelente definición.
-¿Te vas a quedar mirando lo que no debe verse? –
me preguntaba Dios, entonces.
Y sí… yo no respondía, pero eso era exactamente lo
que estaba haciendo.
Las más de las veces te quedas mirando lo que no se debe y diciendo lo que no se puede decir...
ResponderEliminarExcelente e interesante diálogo con Dios,creativo, imaginativo y real.Un placer al lector. ¡Felicitaciones!.
ResponderEliminarSuena medio exagerado, pero gracias. Saludos.
ResponderEliminar¡Ja,Ja,Ja! ... Mi gusto por lo talentoso hizo que sonara exagerado, pero el asunto interesa a la vez que es original.
ResponderEliminar¡Suerte!,La avestruz.