Hoy supe que un amigo se ganó un gran premio, en
dinero, hace un par de años.
Y claro, lo supe porque se comentaba que necesitaba
más dinero, tras haber fracasado en los negocios donde invirtió aquel premio.
Debo reconocer que me costó creerlo –la suma
ciertamente parece increíble-, pero entonces me mostraron algunas fotos de ese
amigo recibiendo un cheque gigante, en un programa de televisión extranjero.
Y sí… mi amigo sonríe al recibir el cheque,
mientras es rodeado por dos modelos en pequeños trajes que muestran productos de
una marca que no me interesa nombrar.
Entonces, vuelven a preguntarme si me interesa o no
ayudar con algo de dinero.
Incluso, me señalan que es posible recuperar la
inversión, aunque claro… no sería a corto plazo.
Mientras lo pienso, vuelvo a mirar la foto de aquel
que una vez fue mi amigo mientras recibe el cheque gigante.
Lo sigo pensando un rato.
Tengo una extraña sensación.
(...)
Se vendió,
digo entonces, comprendiendo.
Que se vaya a
la mierda.
Que se hunda
y termine de perder lo que le queda.
Y es que, después de todo, no va a morir de hambre,
no tiene hijos, ni mucho menos enfermedades graves…
Su enfermedad
no es de muerte, diría Wingarden.
Y claro… puede que no entiendan mis razones, pero
sinceramente creo que lo hago por su bien.
Que agradezca la oportunidad y se desespere.
Que pague el precio de venderse a sí mismo.
Y que se dé cuenta que aquello que no puede perder –extrañamente-,
es lo único por lo que vale la pena luchar.
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