Miro la página en blanco.
Intento quedar ídem.
Esa es la técnica.
Ahora bien, no me refiero a quedar sin ideas, por cierto.
Esto se trata más bien de quedar limpio.
Algo así como una ducha espiritual de medianoche.
Algo así.
Con todo, voy dejando de lado unas cuántas cosas.
Relatos que requieren mucho más de mí, por ejemplo.
Cosas imposibles de afrontar, en definitiva, a estas alturas del día.
Y es que hay situaciones que, por respeto, me gustaría enfrentar más
sobrio y más despierto.
Por lo mismo, aquí no encontrará, hoy por hoy, aquellas historias.
Antes sí, tal vez, pero es indudable que me he desgastado.
Pero bueno… les estaba diciendo que miraba la página en blanco.
Y claro: confesaba que intento quedar ídem.
Y es que si voy a salir a buscar la historia voy a hacerlo sintiéndome
bien…
Estando de acuerdo conmigo mismo, si se quiere.
Eso es básico.
Lo difícil de hoy, con todo, es que ya he quedado en blanco.
Justo hace unas horas, de hecho, en el Municipal.
Y lograrlo dos veces en el día… esa blancura, me refiero… es algo que me
excede.
Por lo mismo, he decidido hoy hacer una excepción y dejar la página en
blanco,
O mejor aún, dejar constancia de la página en blanco, justo sobre la página.
Es decir, lo mismo que ocurre cuando en las paredes escriben “no rayar
paredes”.
O cuando se pega un cartel que dice “no pegar carteles”.
De esta forma, resulta que sigo mirando la página en blanco.
Y renuncio, por hoy, a quedar ídem.
Así, antes de dormir, recuerdo un sueño que tuve anoche.
Un sueño en el que una chica a quien no veo hace años
me decía que íbamos a tener mellizos.
Y bueno… yo sentía algo amistoso y agradable, ante ese hecho.
Algo así como fe en la vida, diría un hueón cursi.
Con todo, no queda huella de aquello, en la página en blanco.
Y es que hoy quedó intacta, digamos.
Igualito que el corazón, cuando tenemos miedo.
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