lunes, 1 de abril de 2013

Una segunda ronda.



Si quiere puede tomarlo usted como una segunda ronda. Me refiero a que todo ya ha sido visto, vivido… qué sé yo. No me haga repetirlo. Solo tómelo como una segunda ronda. No una nueva oportunidad, necesariamente, no se trata de eso. Es simplemente revisitar algunas cosas. Indagar en la herida. Jugar a que el dolor está fresco… cosas de ese estilo. Aunque menos terrible, claro. Usted puede entenderlo, si quiere… Usted sabe de estas cosas. Me refiero a revisitar. A terminar el libro y volver a leerlo. A llegar al fin del camino y desandarlo. Y es que a veces sobra tiempo. Eso es lo malo de morir de viejos. La desvergüenza de morir de viejos, me refiero. Porque claro, entonces se hace imprescindible una segunda ronda o hasta una tercera, y no siempre la elegimos. Por eso es bueno tomarlo siempre como una invitación… plantearlo como una invitación… Usted verá si acepta, claro. Y no digo que tenga motivos… nadie tiene motivos, de hecho. Así, la segunda ronda termina siendo más bien para revisitarse uno mismo. Este es Vian, te dices. Tiene un hijo. Trabaja de profe. No le queda tiempo, te dices. Y claro, en parte te revisitas para ver si era o no una excusa. Tiene libros, este Vian, observas. Tienen películas. Tiene algunas plantas y le gusta el olor de la tierra mojada. De joven pensaban que era un genio. No lo fue. Dejó de escribir. Renunció a otras cuántas cosas. Amó unas veces, por cierto. Nada especial. O tan especial como los amores de todos. Es torpe y se tropieza y a veces juega a ser chistoso. Quizá hasta da la impresión de buscar algo. O de ponerse al paso, para que lo encuentren. Es probable que aguante unas cuantas rondas más, en ese juego. Es probable. Si le preguntan a él, sin embargo, asegura que morirá a los 34. Se acabarán las otras rondas, entonces, piensa Vian. Pero claro, nadie le cree cuando dice eso. Por otro lado, quizá exista una opción distinta. Algo así como una ronda en que pueda observarse algo distinto. Un detalle. Un pliegue. Una palabra mal dicha que arroje luz. Un encuentro de esos que parecen casuales… Y es que no pueden perderse siempre las mismas cosas. No sería justo, incluso. La tierra mojada. El olor de un libro viejo. El agua sobre el rostro, en medio de la noche... Es extraño como algunos disfrutan las cosas, ¿no creen? Dejándolas pasar, me refiero. Perdiéndolas. Abriendo un grifo que va unido al pecho y dejando correr el agua. Y es que sería una desvergüenza morir de vejo, se repite. Y un milagro, por cierto, a este ritmo. Así, el mundo envejece y las rondas van sucediéndose unas a otras. Nada terrible. Nada que no pueda o deba soportarse. Nada que impida creer en algo más. La palabra mal dicha. El cansancio. La esperanza. El agua fresca, nuevamente, sobre el rostro. Usted sabe de estas cosas.

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