Tres pasos antes.

Tres pasos antes.

Tres palabras antes.

Seis.

Doce.

El cálculo varía, por cierto.

Cada uno es responsable del suyo.

Yo, por ejemplo, me acerco cada vez más al número exacto.

Hago ejercicios.

Recuerdo:

Quince.

Veinte.

A veces y hasta siento que di con el lugar.

Con el momento.

Con la palabra.

Pero claro, descubres entonces que no fue, necesariamente, en ese instante.

Y vuelves, así, a reintentarlo.

Treinta.

Treinta y cinco.

Sesenta.

No es una búsqueda exactamente.

No es una búsqueda, pero sabes, de cierto modo, que hay algo extraviado.

Sesenta y cinco.

Ochenta.

Es decir, extraviado por que se extravió… no porque lo extraviaras…

Ese es otro error que a veces confunde.

Confunde porque a veces buscas corregir y entonces…

Noventa y cinco.

Ciento dos.

Ciento once.

Y es que no es para reparar, el cálculo.

De hecho, no se trata de volver, exactamente.

Todos sabemos que no se vuelve.

(Y todos lo olvidamos)

Ciento veinte.

Cien.

Cincuenta y cuatro.

Quizá tiene que ver con un deseo.

O una necesidad, más bien, como al salir a tomar aire, mientras nadas.

Y entonces no hay evasión.

Es decir, no hay peligro de quedar en un sitio que no te sea propio.

Cuarenta y uno.

Treinta.

Dieciséis.

Es natural, después de todo.

Sonreír, cuando ves fotos viejas, me refiero.

O cuando recuerdas un rostro.

O el sonido de un paso.

Incluso de un mal paso.

Catorce.

Once.

Ocho.

La vida es eso, también.

Es decir: avanzar también es eso.

Todas esas sensaciones o hasta no sensaciones, me refiero.

Amar.

No amar.

Por ejemplo.

Ambas, bellas sensaciones.

Siete.

Cuatro.

Un paso, incluso.

Y entonces el cero.

La sensación de existir, en el cero.

Exhalar.