"-Pase usted.
-Después de usted..."
Florinda y Jirafales.
Suena ilógico, en principio,
pero lo cierto es que me detiene,
el semáforo en verde.
Y es que de cierta forma
la luz verde
al otro lado de la calle
me invita a recordar
que existen ciertas cosas
que congelan.
Me refiero,
por ejemplo,
al grupo de personas que avanzan,
y a los roces,
y al apuro,
y sobre todo
a las bolsas que van golpeando
contra las piernas.
No son ellos,
aclaro,
no soy mejor que ellos…
Lo que cambia, simplemente,
es que a mí me detiene
el semáforo en verde.
Me frena, más bien.
O incluso,
podría decirse que me lleva a caer
finalmente
en mí mismo.
Con todo,
no es un acto voluntario.
Puede parecerlo, quizá…
pero no se trata al fin y al cabo
de una decisión consciente.
Y por supuesto,
el sitio en el que caigo
no es del todo acogedor.
Así,
sucede que debo esperar el rojo,
recién,
para arrancar.
Como si aquella luz indicara
el comienzo de un turno
retrasado por alguna situación
o hasta por un castigo.
Y es que solo entonces,
avanzo entre los autos
y creo sentir una ligera agitación
que podría llegar a transformarse,
con el tiempo,
en sentido.
Así,
me consuelo pensando que si muero
en uno de esos cruces,
será una acción más digna
que sobrevivir chocando sin ver
con aquellas bolsas…
Cosas que me invento, supongo,
no para sentirme especial,
sino ligeramente vivo.
No es un punto menor la consideración que en esto también, es relativo. Según sea el punto de vista y el rol en que estemos actuamos -ya sea peatón o conductor- los referentes serán precisamente los opuestos: será el rojo el que nos detenga detrás de un volante y verde si vamos de a pie. siempre y cuando miremos al frente y no hacia el semáforo del costado!
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