Un poco a tientas, busco sobre el agua alguna historia.
Me conformo con eso: buscar sobre el agua.
Y es que igual que los muertos, flotando a la deriva, pueden encontrarse
algunas de ellas.
Hinchadas.
Algo podridas.
Estancadas en el agua que también ha dejado de fluir.
Muchas se deshacen en cuanto las tomo.
Otras revelan manchones de tinta, totalmente ilegibles.
Algunas, incluso, parecen no haberse escrito nunca.
Son como muertos, me digo.
Y es que pesadas, se acercan a la orilla poco a poco, sin nada claro
que ofrecer.
Con todo, me encariño con algunas.
No es que reconozca sus hechos… no es eso.
Pero me siento próximo a esas que se acercan más a tierra.
Borrado.
Tachado.
A veces no escrito.
Podría decirse que son varios los aspectos que me acercan a su
naturaleza.
Y claro… ocurre así que saco algunas desde el agua.
Y las extiendo.
Con cuidado las extiendo, como si se tratase de náufragos.
Débiles, heridos… ya muertos, incluso.
Así las imagino.
Entonces, tendidos sobre la tierra, es donde comienza el verdadero
silencio.
Ese que se emparenta con el afecto…
Y hasta con esa identificación y cercanía que siente un hombre, cuando
descansa junto a otros hombres, luego de dar todo de sí.
Y claro: esa es la historia que recojo.
Y ese es el silencio que se establece entre ambos.
Este silencio, más bien.
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