lunes, 13 de mayo de 2013

Entrar en el minuto 89.


Es triste, pienso, mientras lo veo.

Me refiero al jugador ese, que ingresó en el minuto 89, y sin mucha opción de descuentos.

Atento, lo veo hacer unas señas a sus compañeros e ingresar directamente tras la pelota.

Supongo que quiere mostrarse, hacer algo que lo lleve a quedar en la memoria de los otros…

Pero claro… ahora está contra el tiempo…

De hecho, es muy posible que haya entrado solo para acelerar el final… para que no haya sorpresas, me digo.

Por esto, -y hasta identificándome, quizá-, lo observo ir y venir por la cancha, corriendo de un lado a otro aunque sin hacer nada productivo, o trascendente, al menos.

Con todo, no pienso en lo que representa.

Es decir, no pienso en él como símbolo, ni busco discursos trascendentes.

Simplemente lo veo a él, al jugador concreto que corre sobre el césped y que sabe que de un momento a otro concluirá ese partido donde su actuar, resulta prácticamente insignificante...

Roza una vez la pelota.

Comete una infracción.

Nada trascendente, al fin y al cabo.

Y claro… me pregunto si lo sabrá, mientras lo veo.

Me refiero, a las posibilidades antes del fin…

Así, mientras lo pienso, sucede que acaba el encuentro.

Y bueno… es triste, de cierta forma, lo que ocurre.

La gente comienza a retirarse.

Los jugadores abandonan la cancha.

Las luces artificiales, incluso, bajan su intensidad.

Por último, el hombre que ingresó en el minuto 89 se retira, en silencio.

Nadie se fija en su última marcha.

Todos olvidan su nombre.

El  estadio se oscurece.
 
¡Qué lástima...! comenta alguno...

Nunca será un crack.

1 comentario:

  1. ¿Y por que no? Tal vez tenga una oportunidad en un proximo partido. Si su actuación es olvidada, nadie podrá criticarle algo.

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