sábado, 18 de mayo de 2013

Las calles no se limpian por la lluvia.



Las calles no se limpian por la lluvia.

De hecho, la lluvia vuelve al suelo la suciedad que estaba en el aire.

Así, todo es parte de un perfecto engaño.

El sonido de la lluvia.

El agua que parece lavar las calles.

La ilusión de la limpieza recuperada…


Con todo, soy otro de los que voltea el rostro hacia la lluvia.

Otro de los que gustan caminar, por las calles, mientras cae el agua.

Me dejo engañar, entonces, mientras camino.

Disfruto incluso sentir mis bordes, dibujados por el agua.

No es un bautizo.

No es un acto de redención.

No busco ser mejor, bajo la lluvia.


Las calles brillan.

Los paraguas se abren, en las calles.

Las luces parecen hasta más limpias, en medio del agua.


No oculto el frío.

No desconozco los problemas y miserias asociadas.

Es solo que la lluvia me devuelve a mí.

Al lugar ese donde uno aparentemente está seguro.

Un lugar donde se forma un único charco.

¡Extraño charco!


Sáltelo usted.

Inténtelo.

Ya verá que termina descubriendo algo:

No somos pozo.


Y es que la profundidad es exclusiva

para aquellos que comprenden.

Y quienes comprenden son ajenos, a este tipo de cuestiones.


Y es que las calles no se limpian por la lluvia.

No por sí solas, al menos.

De vez en cuando un charco, es cierto.

De vez en cuando.

¿Agua limpia?

¡Agua extraña, digamos…!

Digamos nada más.

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