martes, 19 de abril de 2011

Vian, pequeño saltamontes.

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I. Tíbet, Abril de 1990. Cielo nublado, variando a parcial.

-En cada cruce de calles hay un Vian distinto –me dijo-, uno que sigue la ruta que no sigues y va por los caminos que no tomas…

-¿Otros Vian que existen desde antes, o que existen desde que yo elijo un camino?

-Otros Vian que existen siempre, y que están naciendo en cada paso… Si tú caminas hay un Vian que se detiene, si te detienes, otro que camina, y otro que retrocede…

-¿No puedo ser yo el Vian que retrocede, maestro?

-Puedes ser el que quieras, pequeño saltamontes… pero no puedes ser todos.

-¿Y si voy rápido y luego vuelvo y luego me detengo?

-No puedes, Vian. Siempre habrá otros que harán lo mismo, pero en direcciones distintas… ellos siempre se desprenderán de ti, como los ácaros…

-¿Por qué, maestro?

-¿Por qué, qué?

-¿Por qué no quieren seguir conmigo? ¿Es muy fome mi vida, maestro?

-Fomísima, Vian, pero esa no es la razón.

-¿Y cuál es maestro?

-Deberás descubrirlo tú mismo, con el tiempo.

-¿Y si se me olvida, maestro?

-¿Si se te olvida qué?

-Si se me olvida que hay otros Vian, que siempre hay alguno que sigue la vida que no viví…

-Entonces yo viajaré hasta ti en la forma en que menos te lo esperes, y tú recordarás, y sabrás que estás listo para comprender, y elegirás hacerlo o no hacerlo.

-Yo elegiré hacerlo, maestro.

-Tal vez, pequeño saltamontes. Tal vez.


II. Santiago, 19 de Abril, cielo nublado, variando a parcial.

Vengo cansado de un día de trabajo. Además pensé que hoy jugaba Real Madrid vs Barcelona y quise verlo en un bar. Pero me confundí. Así que con unos colegas termino al final en un local de comida rápida hablando de cosas que ya olvidé y comiendo dos sándwich que acompaño además con una cerveza.

Lo extraño es que durante todo ese rato sentí un pequeño ruido, como una voz que me hablaba a un volumen mínimo, diciendo algo a lo que preferí, en aquel momento, no prestar atención.

Luego, cuando estuve solo, yendo hacia mi casa, la voz se fue haciendo cada vez más nítida:

-Ahueonao –escuché que decían-, ¡ahueonao…!

Me detuve. Miré para todos lados para buscar al ahueonao al que llamaban. Pero estaba solo. Nadie a la redonda en al menos 20 metros.

Entonces intenté prestar atención y seguir la voz y descubrir desde dónde venía.

-¡Contesta, ahueonao! –repitió la voz, un par de veces. Y entonces comprendí. La voz venía desde dentro mío, y me hablaba a mí. Al mí de afuera.

-¿Eres mi hígado? –pregunté, con el fin de pedir disculpas y hasta hacer un compromiso...

-No –me contestó la voz-, soy alguien a quien has tenido olvidado este último tiempo…

-Mmm… -pensé, y hasta malpensé, sacando cuentas e intuyendo que la voz venía desde más abajo, avergonzándome un poco.

-Soy tu antiguo maestro –me aclaró entonces la voz-, alguna vez fuiste mi discípulo, mi pequeño saltamontes…

-Ya –dije yo, un tanto incrédulo-, y por qué debiera creerte… ¿hay algo que pueda comprobar aquello que estás diciendo…?

-Una vez te hablé de otros Vian, unos que desarrollaban una vida distinta a la tuya… y que siguen los caminos que tú no escogiste…

-¿Algo así como un Vian casado, con celular y con tres hijos?

-Sí, o como uno que aceptó haber estudiado esa carrera que le destinaba mejores beneficios económicos…

-¿Conoces acaso a esos Vian?

-Los veo, pequeño saltamontes, los veo. Y de vez en cuando siento que parte del Vian original se ha ido un poco con ellos…

Emocionado entonces reconocí a mi maestro, y quise saludarlo y abrazarlo, pero no sabía realmente dónde se encontraba.

-Maestro –le dije-, te he reconocido, pero dime, ¿cómo has hecho para ir a parar dentro de mí?

-Siempre he estado acá –dijo el maestro- en el interior del discípulo.

-¿Siempre?

-Siempre.

-Pero…

-¿Pero qué?

-¿No te parece una interioridad muy pobre? Es decir…

-Pobrísima, Vian. Es una interioridad pobrísima, pero al menos así hay más espacio…

Así, mientras escucho sus palabras, no puedo evitar sentirme un poco maltratado, así que me callo un rato,

-¿Y hoy me hablabas por algo especial? –le pregunto luego de un rato.

-Hoy te hablo porque creo que estás listo -me dice.

-¿Listo para qué?

-Listo para entender lo que antes no entendiste.

-Ya –digo yo, algo dubitativo-, ¿y qué era eso?

-El porqué de esos otros Vian, por qué se alejan, de qué se alejan…

-¿Y cómo debo averiguarlo, maestro?

-No puedo decírtelo claramente –me dijo entonces el maestro, mientras su voz parecía alejarse-. Además, es algo que puedes averiguar, si realmente lo deseas, en este mismo momento… Sólo venía a recordártelo, Vian…

-Gracias maestro –atino a decir, mientras siento que se aleja.

-Adiós, pequeño saltamontes –dijo por último, y su voz desapareció, dejándome un leve malestar estomacal y síntomas de gastritis.


III. Santiago, 19 de Abril, cielo oscuro y luna clara.

Estoy a punto de dormirme y no dejo de pensar en que en cuanto lo haga, habrá un Vian que quedará despierto.

O al revés: uno que comienza a dormir en el momento preciso en que me levanto para ir al baño y me mojo la cara para despertarme y poder terminar esta entrada a pesar que me está venciendo poco a poco el cansancio.

También pienso en esos Vian que prefirieron la vida en familia, o el Vian que se quedó con las novias que yo perdí, o ese que está en otro país, o el que lleva varios libros publicados y da algunas charlas en Universidades de poca importancia…

¿Y saben…? De tanto pensarlo comienzo de pronto a ponerme en el lugar de mi maestro… es decir, intento ser maestro de mí mismo, aunque sea por una ocasión, y hacerme entonces una última pregunta, una cuestión clave, por decirlo de alguna forma:

-¿Quieres ser uno de esos otros Vian, pequeño saltamontes? –me pregunto.

Y entonces mi respuesta no se hace esperar, y me llena de algo muy similar a la alegría.

Y es que me digo que no, claro… y que aunque a veces las cosas parezcan terribles, todo está bien así… perfecto, casi… siendo el Vian que elijo ser.

Y sí, puede que entre otras cosas me falte un buen final para cerrar esta entrada, pero así está bien, a fin de cuentas, me digo.

Además, este es el final que elijo.

Y no lo cambio, aunque insistan, por ningún otro.

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