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I. Tíbet, Abril de 1990. Cielo nublado, variando a parcial.
-En cada cruce de calles hay un Vian distinto –me dijo-, uno que sigue la ruta que no sigues y va por los caminos que no tomas…
-¿Otros Vian que existen desde antes, o que existen desde que yo elijo un camino?
-Otros Vian que existen siempre, y que están naciendo en cada paso… Si tú caminas hay un Vian que se detiene, si te detienes, otro que camina, y otro que retrocede…
-¿No puedo ser yo el Vian que retrocede, maestro?
-Puedes ser el que quieras, pequeño saltamontes… pero no puedes ser todos.
-¿Y si voy rápido y luego vuelvo y luego me detengo?
-No puedes, Vian. Siempre habrá otros que harán lo mismo, pero en direcciones distintas… ellos siempre se desprenderán de ti, como los ácaros…
-¿Por qué, maestro?
-¿Por qué, qué?
-¿Por qué no quieren seguir conmigo? ¿Es muy fome mi vida, maestro?
-Fomísima, Vian, pero esa no es la razón.
-¿Y cuál es maestro?
-Deberás descubrirlo tú mismo, con el tiempo.
-¿Y si se me olvida, maestro?
-¿Si se te olvida qué?
-Si se me olvida que hay otros Vian, que siempre hay alguno que sigue la vida que no viví…
-Entonces yo viajaré hasta ti en la forma en que menos te lo esperes, y tú recordarás, y sabrás que estás listo para comprender, y elegirás hacerlo o no hacerlo.
-Yo elegiré hacerlo, maestro.
-Tal vez, pequeño saltamontes. Tal vez.
-¿Otros Vian que existen desde antes, o que existen desde que yo elijo un camino?
-Otros Vian que existen siempre, y que están naciendo en cada paso… Si tú caminas hay un Vian que se detiene, si te detienes, otro que camina, y otro que retrocede…
-¿No puedo ser yo el Vian que retrocede, maestro?
-Puedes ser el que quieras, pequeño saltamontes… pero no puedes ser todos.
-¿Y si voy rápido y luego vuelvo y luego me detengo?
-No puedes, Vian. Siempre habrá otros que harán lo mismo, pero en direcciones distintas… ellos siempre se desprenderán de ti, como los ácaros…
-¿Por qué, maestro?
-¿Por qué, qué?
-¿Por qué no quieren seguir conmigo? ¿Es muy fome mi vida, maestro?
-Fomísima, Vian, pero esa no es la razón.
-¿Y cuál es maestro?
-Deberás descubrirlo tú mismo, con el tiempo.
-¿Y si se me olvida, maestro?
-¿Si se te olvida qué?
-Si se me olvida que hay otros Vian, que siempre hay alguno que sigue la vida que no viví…
-Entonces yo viajaré hasta ti en la forma en que menos te lo esperes, y tú recordarás, y sabrás que estás listo para comprender, y elegirás hacerlo o no hacerlo.
-Yo elegiré hacerlo, maestro.
-Tal vez, pequeño saltamontes. Tal vez.
II. Santiago, 19 de Abril, cielo nublado, variando a parcial.
Vengo cansado de un día de trabajo. Además pensé que hoy jugaba Real Madrid vs Barcelona y quise verlo en un bar. Pero me confundí. Así que con unos colegas termino al final en un local de comida rápida hablando de cosas que ya olvidé y comiendo dos sándwich que acompaño además con una cerveza.
Lo extraño es que durante todo ese rato sentí un pequeño ruido, como una voz que me hablaba a un volumen mínimo, diciendo algo a lo que preferí, en aquel momento, no prestar atención.
Luego, cuando estuve solo, yendo hacia mi casa, la voz se fue haciendo cada vez más nítida:
-Ahueonao –escuché que decían-, ¡ahueonao…!
Me detuve. Miré para todos lados para buscar al ahueonao al que llamaban. Pero estaba solo. Nadie a la redonda en al menos 20 metros.
Entonces intenté prestar atención y seguir la voz y descubrir desde dónde venía.
-¡Contesta, ahueonao! –repitió la voz, un par de veces. Y entonces comprendí. La voz venía desde dentro mío, y me hablaba a mí. Al mí de afuera.
-¿Eres mi hígado? –pregunté, con el fin de pedir disculpas y hasta hacer un compromiso...
-No –me contestó la voz-, soy alguien a quien has tenido olvidado este último tiempo…
-Mmm… -pensé, y hasta malpensé, sacando cuentas e intuyendo que la voz venía desde más abajo, avergonzándome un poco.
-Soy tu antiguo maestro –me aclaró entonces la voz-, alguna vez fuiste mi discípulo, mi pequeño saltamontes…
-Ya –dije yo, un tanto incrédulo-, y por qué debiera creerte… ¿hay algo que pueda comprobar aquello que estás diciendo…?
-Una vez te hablé de otros Vian, unos que desarrollaban una vida distinta a la tuya… y que siguen los caminos que tú no escogiste…
-¿Algo así como un Vian casado, con celular y con tres hijos?
-Sí, o como uno que aceptó haber estudiado esa carrera que le destinaba mejores beneficios económicos…
-¿Conoces acaso a esos Vian?
-Los veo, pequeño saltamontes, los veo. Y de vez en cuando siento que parte del Vian original se ha ido un poco con ellos…
Emocionado entonces reconocí a mi maestro, y quise saludarlo y abrazarlo, pero no sabía realmente dónde se encontraba.
-Maestro –le dije-, te he reconocido, pero dime, ¿cómo has hecho para ir a parar dentro de mí?
-Siempre he estado acá –dijo el maestro- en el interior del discípulo.
-¿Siempre?
-Siempre.
-Pero…
-¿Pero qué?
-¿No te parece una interioridad muy pobre? Es decir…
-Pobrísima, Vian. Es una interioridad pobrísima, pero al menos así hay más espacio…
Así, mientras escucho sus palabras, no puedo evitar sentirme un poco maltratado, así que me callo un rato,
-¿Y hoy me hablabas por algo especial? –le pregunto luego de un rato.
-Hoy te hablo porque creo que estás listo -me dice.
-¿Listo para qué?
-Listo para entender lo que antes no entendiste.
-Ya –digo yo, algo dubitativo-, ¿y qué era eso?
-El porqué de esos otros Vian, por qué se alejan, de qué se alejan…
-¿Y cómo debo averiguarlo, maestro?
-No puedo decírtelo claramente –me dijo entonces el maestro, mientras su voz parecía alejarse-. Además, es algo que puedes averiguar, si realmente lo deseas, en este mismo momento… Sólo venía a recordártelo, Vian…
-Gracias maestro –atino a decir, mientras siento que se aleja.
-Adiós, pequeño saltamontes –dijo por último, y su voz desapareció, dejándome un leve malestar estomacal y síntomas de gastritis.
Lo extraño es que durante todo ese rato sentí un pequeño ruido, como una voz que me hablaba a un volumen mínimo, diciendo algo a lo que preferí, en aquel momento, no prestar atención.
Luego, cuando estuve solo, yendo hacia mi casa, la voz se fue haciendo cada vez más nítida:
-Ahueonao –escuché que decían-, ¡ahueonao…!
Me detuve. Miré para todos lados para buscar al ahueonao al que llamaban. Pero estaba solo. Nadie a la redonda en al menos 20 metros.
Entonces intenté prestar atención y seguir la voz y descubrir desde dónde venía.
-¡Contesta, ahueonao! –repitió la voz, un par de veces. Y entonces comprendí. La voz venía desde dentro mío, y me hablaba a mí. Al mí de afuera.
-¿Eres mi hígado? –pregunté, con el fin de pedir disculpas y hasta hacer un compromiso...
-No –me contestó la voz-, soy alguien a quien has tenido olvidado este último tiempo…
-Mmm… -pensé, y hasta malpensé, sacando cuentas e intuyendo que la voz venía desde más abajo, avergonzándome un poco.
-Soy tu antiguo maestro –me aclaró entonces la voz-, alguna vez fuiste mi discípulo, mi pequeño saltamontes…
-Ya –dije yo, un tanto incrédulo-, y por qué debiera creerte… ¿hay algo que pueda comprobar aquello que estás diciendo…?
-Una vez te hablé de otros Vian, unos que desarrollaban una vida distinta a la tuya… y que siguen los caminos que tú no escogiste…
-¿Algo así como un Vian casado, con celular y con tres hijos?
-Sí, o como uno que aceptó haber estudiado esa carrera que le destinaba mejores beneficios económicos…
-¿Conoces acaso a esos Vian?
-Los veo, pequeño saltamontes, los veo. Y de vez en cuando siento que parte del Vian original se ha ido un poco con ellos…
Emocionado entonces reconocí a mi maestro, y quise saludarlo y abrazarlo, pero no sabía realmente dónde se encontraba.
-Maestro –le dije-, te he reconocido, pero dime, ¿cómo has hecho para ir a parar dentro de mí?
-Siempre he estado acá –dijo el maestro- en el interior del discípulo.
-¿Siempre?
-Siempre.
-Pero…
-¿Pero qué?
-¿No te parece una interioridad muy pobre? Es decir…
-Pobrísima, Vian. Es una interioridad pobrísima, pero al menos así hay más espacio…
Así, mientras escucho sus palabras, no puedo evitar sentirme un poco maltratado, así que me callo un rato,
-¿Y hoy me hablabas por algo especial? –le pregunto luego de un rato.
-Hoy te hablo porque creo que estás listo -me dice.
-¿Listo para qué?
-Listo para entender lo que antes no entendiste.
-Ya –digo yo, algo dubitativo-, ¿y qué era eso?
-El porqué de esos otros Vian, por qué se alejan, de qué se alejan…
-¿Y cómo debo averiguarlo, maestro?
-No puedo decírtelo claramente –me dijo entonces el maestro, mientras su voz parecía alejarse-. Además, es algo que puedes averiguar, si realmente lo deseas, en este mismo momento… Sólo venía a recordártelo, Vian…
-Gracias maestro –atino a decir, mientras siento que se aleja.
-Adiós, pequeño saltamontes –dijo por último, y su voz desapareció, dejándome un leve malestar estomacal y síntomas de gastritis.
III. Santiago, 19 de Abril, cielo oscuro y luna clara.
Estoy a punto de dormirme y no dejo de pensar en que en cuanto lo haga, habrá un Vian que quedará despierto.
O al revés: uno que comienza a dormir en el momento preciso en que me levanto para ir al baño y me mojo la cara para despertarme y poder terminar esta entrada a pesar que me está venciendo poco a poco el cansancio.
También pienso en esos Vian que prefirieron la vida en familia, o el Vian que se quedó con las novias que yo perdí, o ese que está en otro país, o el que lleva varios libros publicados y da algunas charlas en Universidades de poca importancia…
¿Y saben…? De tanto pensarlo comienzo de pronto a ponerme en el lugar de mi maestro… es decir, intento ser maestro de mí mismo, aunque sea por una ocasión, y hacerme entonces una última pregunta, una cuestión clave, por decirlo de alguna forma:
-¿Quieres ser uno de esos otros Vian, pequeño saltamontes? –me pregunto.
Y entonces mi respuesta no se hace esperar, y me llena de algo muy similar a la alegría.
Y es que me digo que no, claro… y que aunque a veces las cosas parezcan terribles, todo está bien así… perfecto, casi… siendo el Vian que elijo ser.
Y sí, puede que entre otras cosas me falte un buen final para cerrar esta entrada, pero así está bien, a fin de cuentas, me digo.
Además, este es el final que elijo.
Y no lo cambio, aunque insistan, por ningún otro.
O al revés: uno que comienza a dormir en el momento preciso en que me levanto para ir al baño y me mojo la cara para despertarme y poder terminar esta entrada a pesar que me está venciendo poco a poco el cansancio.
También pienso en esos Vian que prefirieron la vida en familia, o el Vian que se quedó con las novias que yo perdí, o ese que está en otro país, o el que lleva varios libros publicados y da algunas charlas en Universidades de poca importancia…
¿Y saben…? De tanto pensarlo comienzo de pronto a ponerme en el lugar de mi maestro… es decir, intento ser maestro de mí mismo, aunque sea por una ocasión, y hacerme entonces una última pregunta, una cuestión clave, por decirlo de alguna forma:
-¿Quieres ser uno de esos otros Vian, pequeño saltamontes? –me pregunto.
Y entonces mi respuesta no se hace esperar, y me llena de algo muy similar a la alegría.
Y es que me digo que no, claro… y que aunque a veces las cosas parezcan terribles, todo está bien así… perfecto, casi… siendo el Vian que elijo ser.
Y sí, puede que entre otras cosas me falte un buen final para cerrar esta entrada, pero así está bien, a fin de cuentas, me digo.
Además, este es el final que elijo.
Y no lo cambio, aunque insistan, por ningún otro.
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