sábado, 9 de abril de 2011

Consérvate bueno.

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I.

Consérvate bueno. Esa es la traducción de la frase con que Séneca cierra cada una de sus cartas morales a Lucilio, al menos en la edición que poseo, y que no deja de emocionarme cuando la veo aparecer una y otra vez al final de dichos escritos.

Y es que quizá bastaría con eso, pienso, para resumir aquello que a veces queremos decir a quienes amamos y que se termina enredando entre tanta palabra, recomendación y ejemplos que a fin de cuentas sólo contaminan nuestra primera intención.

Consérvate bueno, pienso, y comienzo el día.


II.

Mientras me dirijo a pagar una cuenta sigo pensando en la frase de Séneca. Así, si bien en el trayecto voy leyendo unas cartas de Clarice Lispector a sus hermanas, lo que hago en realidad es rastrear esa misma sensación que tenemos hacia quienes queremos y ver qué forma toma en los escritos de Clarice.

¡Clarice…! Si supieran cuánta necesidad de los otros hay en esas cartas, cuántas ganas de recibir una parte al menos de eso que se da…

Y no es que Clarice sea interesada, pero entiendan que a veces el corazón es también un músculo egoísta… ¡y necesita tan poco para seguir dando…!

¡Clarice…! Consérvate buena, pequeñita… Y descansa.


III.

Una hora después voy de vuelta a casa con una bolsa llena de libros porque resultó que el banco donde debía pagar estaba cerrado –Vian, consérvate hueón: hoy es sábado-, y yo vi algo así como una señal en aquello y como luego encontré unas ediciones en roneo –qué olor el de esas hojas- del Príncipe Idiota y de Demonios y de algunos cuentos de Chejov y de las cartas de Van Gogh y… bueno, mejor resumo: me gasté gran parte del dinero y eso que este mes ya me había dado un permiso anterior y… ¿saben qué…? Nuevamente apareció la frase de Séneca, como un bálsamo: consérvate bueno.

Y es que Séneca sabe a qué apuntar, no dice que paguemos nuestras cuentas ni que cumplamos rigurosamente con nuestro trabajo, ni dice que evitemos comprar las palabras de otros con el dinero destinado a cubrir otras necesidades… y sí, lo cierto es que me siento bueno comprando esos libros, y me tranquilizo, porque comprarlos es sonreírle también a Dosto y a Chejov y a Vincent, y dejarme querer y escucharlos escondido mientras escriben algo que también está hablando de los mismo a fin de cuentas, con la misma ingenuidad y con el mismo afecto…


IV.

Por la tarde reviso pruebas y leo a Van Gogh. He tenido varias veces sus cartas y es uno de esos libros que siempre uno termina regalando porque es ciertamente una belleza ajena… hecha para compartir y seguir viajando como cartas que caen equivocadas y que aparecen de pronto en tu casilla, o en tu patio… o que te trae en su hocico, un tanto destrozadas, el perro que puedes tener –o no-, jugando en tu jardín.

Yo las leo y me emocionan no tanto esas palabras, sino todas aquellas que debe haber respondido Theo, esas que se perdieron casi en su totalidad y que no supieron negarse a los requerimientos del hermano… y sí… me acerco al final de las cartas y veo esa lucha de Vincent justamente por conservarse bueno en medio de la desesperación que a veces nos mancha y –creemos- nos envilece…

¡Pero tranquilo, Vincent…! Te conservaste bueno. Y no hubo error.


V.

En esta última parte iba a hablar de mi hijo. De las tareas que hicimos y de que hoy me ganó por vez primera al taca-taca 10-0… cuando hasta hace apenas un mes apenas podía hacerme un gol.

También iba a mencionar que tiene su primera “polola” y que me lo contó alegre, y entre risas y que no podía evitar sentir que cada acercamiento que tenía con él estaba en parte basado en la misma frase de Séneca que ya tantas veces he repetido en esta entrada.

Pero lo cierto acá, más allá de otros pormenores, es que en medio de todo esto me di cuenta que aquello que él me pide –sin decirlo-, es de cierta forma también lo mismo que reside al fondo de esa frase… y es que uno es responsable, aunque no quiera, de conservarse bueno, mientras exista alguien que espere eso de ti, y crea, por cierto, que eres capaz de hacerlo.

Y poco importa si la bondad que hay que conservar es la de Clarice, la de Vincent, la de uno mismo… o hasta la de usted, que está ahí leyendo estas palabras… simplemente es necesario recordar que es nuestra responsabilidad mantenerla, incluso cuando creemos que la hemos perdido…

Consérvense buenos, entonces… y aprovechemos este día, y no otro, para hacerlo.

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