viernes, 15 de abril de 2011

Otra historia de bar (variación finlandesa).

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I.

Estoy en un bar tomando una cerveza y leyendo un libro de la Highsmith, cuando se acerca un tipo vestido de traje e interrumpe mi lectura.

-Le propongo un trato –me dice-, ¿ve a ese hombre que está allá?

-¿El garzón?

-No… el que es atendido por el garzón… el de bufanda.

-Ya, lo veo… ¿qué pasa con él?

-Pues él me dice que le proponga un trato.

-¿Y por qué no lo dice él directamente?

-Porque él sólo habla finlandés, yo soy su traductor –me explica, mientras me pasa una tarjeta-, él se ofrece a pagar toda la cerveza que usted sea capaz de beber mientras él le cuenta algunas cosas y usted escucha…

-¡Espere! Ante todo le aclaro que si el tipo ese es una especie de maricón y pervertido…

-No, nada de eso, él es violinista.

-¿Y acaso no puede haber violinistas maricones y pervertidos?

-Mmm… no lo había pensado –admite el traductor-, pero le puedo asegurar que él no lo es… sólo quiere contar unos asuntos de faldas, usted sabe… problemas amorosos…

-¿Y yo tengo cara de querer escuchar líos amorosos ajenos?

-No, pero tiene cara de saber del asunto, y además anda solo y no tiene la apariencia de los que rechazan beber algunos tragos gratis…

Entonces yo hago algunos cálculos y recuerdo las cervezas artesanales que estaban en la carta a un precio prácticamente inalcanzable y voy hasta esa mesa y comienzo a escuchar.


II.

-Él dice que conoció a la chica por la que sufre en una especie de festival de tangos finlandeses –me explica el traductor, luego de que el violinista hablase un buen rato evadiendo mirar de frente-, y que ella fue una de las pocas mujeres en llegar a la instancia final…

-¿Hay un festival de tangos en Finlandia? –pregunto.

-Él dice que sí –me informa luego de una escuálida respuesta, el traductor-, y que es el mayor del mundo y que participan 100.000 concursantes en un país que apenas tiene 5 millones de habitantes…

Y claro… va pasando el tiempo y yo lo escucho contarme algunas otras cosas mientras pido de a dos cervezas para ahorrarle tiempo al garzón quien ya ha debido venir varias veces pues el traductor y el violinista no le hacen asco al trago y van casi a la par conmigo, cosa que me asombra positivamente, dicho sea de paso.

La historia amorosa que me cuentan, por lo demás, es bastante tradicional. Mujeres, amores, mentiras, incomprensiones, distancias, reencuentros, desconocimientos, indecisiones y, como se ve, una serie de lugares comunes que parecen sacados de los mismos tangos que abundan en Finlandia, al igual que los suicidios y el frío y las noches largas.

-Él dice que viaja con toda la ropa de ella como equipaje –continúa explicándome el traductor, mientras el finlandés hasta ha comenzado a sollozar en sus últimas frases-, y que no puede botar aquellas prendas porque le da frío…

-¿Frío? –pregunto.

-Sí –me dice el traductor-, esa palabra usó, pero no sé que habrá querido decir, a lo mejor se pone esa ropa, quién sabe…

El garzón trae entonces una nueva ronda de líquidos entre los que se cuenta una cerveza negra belga con un leve toque a tabaco y comenzamos poco a poco a quedarnos en silencio, como si todo hubiese sido dicho, y sólo nos quedara beber, resignadamente.

Entonces, el traductor habla nuevamente con el violinista y me avisa que va a salir un momento, pues el finlandés le pidió que lo dejara a solas conmigo, aunque yo, por supuesto, no entendía para qué.

-Es extraño –concluye el traductor-, me dijo que vaya a fumarme un cigarro y vuelva en diez minutos…

-De acuerdo –le digo-, no se preocupe…

Así, el traductor se va, y yo me quedo a solas con el violinista finlandés.


III.

A diferencia de lo que pensé sucedería, el violinista parece no tener intención alguna de hablar conmigo, y se queda en silencio tomando el whisky que pidió mientras parece dibujar algo sobre una servilleta.

Luego, sin mirarme a la cara, el tipo me extiende el papel en el que ha dibujado unas calles y hasta un trayecto marcado desde una x hasta otra, en los costados opuestos del mapa.

Yo miro el papel sin entender nada y entonces el hombre comienza a hablarme en su idioma como si yo comprendiera algo de lo que me está diciendo.

-Disculpe –le digo bien lento, para que entienda-, pero no entiendo nada de lo que me dice.

Pero el finlandés me mira como si fuese un espejo, sin entender una palabra.

-I don´t understand –insisto.

-Mina in imarra –o algo parecido, escucho que me dice el tipo.

Va pasando así un rato y luego otro hasta que el garzón que nos atiende nos avisa que el local va a cerrar, y nos trae la cuenta.

Lo extraño, sin embargo, es que el violinista me la entrega a mí, como si no comprendiera nada.

-Dinero –le digo al finlandés, haciéndole un gesto-. Money…

Pero el finlandés parece no entender y como está medio borracho se tambalea un poco en la silla, un poco ido…

-Money –le insisto-, ¡money…!

-¿No tienen dinero? –pregunta el garzón con un tono totalmente distinto al que usó durante toda la noche.

-¿Podría ir a buscar al traductor, por favor? –le pido-, salió a fumar y necesito que él ayude a aclarar el malentendido.

-El hombre que estaba con ustedes se fue –me dice entonces el garzón, con un tono derechamente agresivo- será mejor que resuelvan el asunto rápido, o voy a tener que ir por el dueño para que hable con ustedes.

-¡Money…! –insisto yo-, ¡Money, finlandés ahueonao…! ¡dinero, plata…!

-¿Money? –me dice por fin.

-Sí hueón, money…

-No money –me aclara entonces aquel hombre, y hace un gesto mostrándome las manos vacías.

Momentos después llega el dueño, el cajero, un cocinero y dos garzones, y comienza la peor parte.


IV.

Resumo el final de la historia diciendo que perdí mi chaqueta y el libro de la Highsmith, pero aclarando que al menos no perdí dos dientes, como el finlandés.

Y es que el tipo aquel se empecinó de tal forma en no entregar la maleta que tenía que al final se armó una pelea –en la que debo confesar no participé-, y el tipo terminó botado en el piso del local con la maleta abierta y un montón de ropa de mujer desparramada en el bar y un violín que pensé se iba a romper en mitad de la disputa.

Lo realmente extraño de todo esto, sin embargo, –más allá de que haya resultado cierta al menos una parte de la historia-, es que tras ver abrirse la maleta y caer las ropas de mujer y aquel violín, el finlandés se abalanzó desesperado a proteger dichas ropas, dejando prácticamente olvidado el instrumento, que fue lo que guardaron, obviamente, los hombres del local, tras darle unas cuantas patadas al tipo, y arrastrándolo luego hasta la vereda donde éste quedó tirado, junto a las ropas femeninas.

Y sí… debo confesar que me fui y que lo único que hice por el finlandés –si es que lo era-, fue ordenar un poco sus cosas y dejarlo un tanto más derecho apoyado contra una pared que había cerca del local.

Luego, simplemente comencé a caminar lo más rápido que pude hacia mi casa, pues pensaba en ahorrar hasta el último peso para comprarme nuevamente el libro de la Highsmith que estaba leyendo y cuyo final todavía desconozco.

El otro final, en cambio, -el del finlandés, por supuesto-, ya estaba escrito desde antes. Claro está.

¡Ah…! Y vayan ustedes mismos a ayudarlo, si se creen mejores que yo, y andan juzgando lo que no deben...

4 comentarios:

  1. jjajjajaajaja..buenísimo! realmente impensado el final, que me pareció estupendo!

    Saludos, buen fin de semana.

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  2. Salud por eso entonces Vian!
    Lamento no haber pasado hace un buen tiempo por acá.
    Lo cierto es que no tengo excusa, más que me he dejado consumir por la universidad y sus quehaceres.
    Lo otro, es que no me gusta para nada la nueva facha de su blog.
    Prefería la anterior.
    Pero da igual.
    No tengo excusas.

    Pero he vuelto, para su desgracia... y leeré y haré comentarios más seguido.
    Saludos!

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  3. Lo de la facha no fue opción, se desconfiguró y en mis intentos por arreglar y volver a lo anterior todo quedaba extraño. Ahora pasa lo mismo con los textos,al escribirlos... pero bueno... ya le agarré cariño y hasta que tenga tiempo -y no lo tengo-, esto andará un poco así...
    Asumiré la desgracia.
    Saudos.

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