"Al cabo de catorce días,
me parezco al cuervo"
D. Stolcius von Stolcenberg, 1624.
.
Algo hay de cierto
en todas las cosas.
Doña Úrsula barriendo la calle,
me lo dijo,
de pequeño,
y a mí se me grabó porque fue lo único
que le oí decir
y además no me creyeron,
cuando lo conté.
Mi madre decía que me lo inventaba,
que doña Úrsula no hablaba
hacía años,
y que no iba a hacerlo
para decir una de esas frases
que supuestamente yo imaginaba
y escribía en mis cuadernos
casi a diario.
Pero lo cierto,
es que la señora Úrsula
solía decirme aquella frase
siempre que coincidíamos en la calle,
mientras ella barría concentrada, sin mirarme,
y juntaba las hojas caídas
de los árboles
y las metía en bolsas amarillas.
Algo hay de cierto
en todas las cosas,
me decía entonces,
y volvía a entrar a su casa
que, con ella o sin ella adentro,
parecía siempre abandonada.
Fue así que pasó el tiempo
y la frase siguió sonando
sin que yo pusiera real atención
al significado que ésta mostraba.
Pero claro,
un día murió doña Úrsula
y las cosas cambiaron
y uno tuvo que intentar
comprender a solas.
Es decir,
si bien fuimos al funeral,
e incluso mi madre recibió en nuestra casa
a la hija de doña Úrsula
que quería reclamar su herencia,
lo cierto es que yo sentía
que existía algo que debía entender
de aquel asunto,
y claro…
quería comprender bien esa frase que ella
siempre me dijo,
y que había quedado dando vueltas
en torno a mí
como un satélite.
Fue así que pasados unos días,
después de su muerte,
logré meterme a escondidas
a la casa en que había vivido
la señora Úrsula…
bueno, en el patio solamente,
debo admitir,
pero el asunto es que un día de esos
posteriores al funeral,
yo estaba a solas en aquel patio
buscando la respuesta
a una frase que siempre sentí
se formulaba día a día como pregunta.
Esa vez,
recuerdo,
en aquel patio,
encontré la escoba con que barría
doña Úrsula,
y me quedé absorto,
mirándola largo rato,
igualito como me había pasado en el colegio
cuando por casualidad
encontré en el estante de la profesora
el feto de un bebé
metido en un frasco con formol…
Y es que ver esa escoba ahí,
separada del sentido que siempre tuvo para mí
cuando estuvo en manos de doña Úrsula,
terminó de provocar algo
que venía gestándose hace tiempo:
la certeza desmedida
de que lo cierto presente en todas las cosas,
era una verdad muerta…
algo así como un miembro atrofiado
o corrompido,
que le daba un status de verdad
a todo aquello
que parecía ser demasiado absurdo
como para sostenerse en pie
sin derrumbarse rápidamente
sobre sí mismo.
Sin esa escoba,
pensaba yo, por ejemplo,
doña Úrsula se hubiese venido abajo
mucho antes…
igualito que yo sin mis juguetes
o mis libros,
o que mi madre sin las grabaciones
que se enviaban con papá
de un país a otro,
y que yo escuchaba a escondidas
sin entender mucho
de qué hablaban.
Pues bien,
fue en uno de esos momentos de reflexión,
mientras miraba absorto la escoba
que había sido de Doña Úrsula,
cuando mi madre me tomó fuertemente del hombro
y me gritó varias veces, sin soltarme,
retándome por haberme sorprendido al interior
de aquel lugar
sin tener el más mínimo respeto, decía ella,
por la muerte.
Esa vez, recuerdo,
ya fuera del lugar,
observé como mi madre barría,
supongo que por encargo,
la vereda que estaba fuera de la casa
que había sido de doña Úrsula,
y creí comprender, asustado,
que de cierta forma mi madre
era también aquella mujer muerta
y silenciosa,
y que por más que la gente muriera
o desapareciese
existía algo así como un cuervo
que le arrancaba los ojos a los muertos
y se los ponía a los vivos, mientras dormían,
sin que se diesen cuenta.
Y claro,
el tiempo ha pasado,
y hasta uno mismo, supongo,
debe estar con ojos que pertenecieron a otro…
repitiéndole a un desconocido
que hay algo cierto
en todas las cosas,
mientras un cuervo sobrevuela
cada vez más cerca nuestro rostro,
y uno hace como que no importa,
y abrimos una cerveza,
y escribimos un texto
y después abrimos otra…
y es que a pesar de todo,
el mundo está tan quieto
y tan limpio
que hasta a veces da gusto…
¿Hay algo más qué agregar a todo esto?
en todas las cosas.
Doña Úrsula barriendo la calle,
me lo dijo,
de pequeño,
y a mí se me grabó porque fue lo único
que le oí decir
y además no me creyeron,
cuando lo conté.
Mi madre decía que me lo inventaba,
que doña Úrsula no hablaba
hacía años,
y que no iba a hacerlo
para decir una de esas frases
que supuestamente yo imaginaba
y escribía en mis cuadernos
casi a diario.
Pero lo cierto,
es que la señora Úrsula
solía decirme aquella frase
siempre que coincidíamos en la calle,
mientras ella barría concentrada, sin mirarme,
y juntaba las hojas caídas
de los árboles
y las metía en bolsas amarillas.
Algo hay de cierto
en todas las cosas,
me decía entonces,
y volvía a entrar a su casa
que, con ella o sin ella adentro,
parecía siempre abandonada.
Fue así que pasó el tiempo
y la frase siguió sonando
sin que yo pusiera real atención
al significado que ésta mostraba.
Pero claro,
un día murió doña Úrsula
y las cosas cambiaron
y uno tuvo que intentar
comprender a solas.
Es decir,
si bien fuimos al funeral,
e incluso mi madre recibió en nuestra casa
a la hija de doña Úrsula
que quería reclamar su herencia,
lo cierto es que yo sentía
que existía algo que debía entender
de aquel asunto,
y claro…
quería comprender bien esa frase que ella
siempre me dijo,
y que había quedado dando vueltas
en torno a mí
como un satélite.
Fue así que pasados unos días,
después de su muerte,
logré meterme a escondidas
a la casa en que había vivido
la señora Úrsula…
bueno, en el patio solamente,
debo admitir,
pero el asunto es que un día de esos
posteriores al funeral,
yo estaba a solas en aquel patio
buscando la respuesta
a una frase que siempre sentí
se formulaba día a día como pregunta.
Esa vez,
recuerdo,
en aquel patio,
encontré la escoba con que barría
doña Úrsula,
y me quedé absorto,
mirándola largo rato,
igualito como me había pasado en el colegio
cuando por casualidad
encontré en el estante de la profesora
el feto de un bebé
metido en un frasco con formol…
Y es que ver esa escoba ahí,
separada del sentido que siempre tuvo para mí
cuando estuvo en manos de doña Úrsula,
terminó de provocar algo
que venía gestándose hace tiempo:
la certeza desmedida
de que lo cierto presente en todas las cosas,
era una verdad muerta…
algo así como un miembro atrofiado
o corrompido,
que le daba un status de verdad
a todo aquello
que parecía ser demasiado absurdo
como para sostenerse en pie
sin derrumbarse rápidamente
sobre sí mismo.
Sin esa escoba,
pensaba yo, por ejemplo,
doña Úrsula se hubiese venido abajo
mucho antes…
igualito que yo sin mis juguetes
o mis libros,
o que mi madre sin las grabaciones
que se enviaban con papá
de un país a otro,
y que yo escuchaba a escondidas
sin entender mucho
de qué hablaban.
Pues bien,
fue en uno de esos momentos de reflexión,
mientras miraba absorto la escoba
que había sido de Doña Úrsula,
cuando mi madre me tomó fuertemente del hombro
y me gritó varias veces, sin soltarme,
retándome por haberme sorprendido al interior
de aquel lugar
sin tener el más mínimo respeto, decía ella,
por la muerte.
Esa vez, recuerdo,
ya fuera del lugar,
observé como mi madre barría,
supongo que por encargo,
la vereda que estaba fuera de la casa
que había sido de doña Úrsula,
y creí comprender, asustado,
que de cierta forma mi madre
era también aquella mujer muerta
y silenciosa,
y que por más que la gente muriera
o desapareciese
existía algo así como un cuervo
que le arrancaba los ojos a los muertos
y se los ponía a los vivos, mientras dormían,
sin que se diesen cuenta.
Y claro,
el tiempo ha pasado,
y hasta uno mismo, supongo,
debe estar con ojos que pertenecieron a otro…
repitiéndole a un desconocido
que hay algo cierto
en todas las cosas,
mientras un cuervo sobrevuela
cada vez más cerca nuestro rostro,
y uno hace como que no importa,
y abrimos una cerveza,
y escribimos un texto
y después abrimos otra…
y es que a pesar de todo,
el mundo está tan quieto
y tan limpio
que hasta a veces da gusto…
¿Hay algo más qué agregar a todo esto?
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