I.
Por algún error en la implementación
de un proyecto vecinal,
ocurrió que en una villa donde viven puros ancianos
construyeron una cancha de tenis.
Los viejos pasean por fuera
y la miran,
sin atreverse a entrar,
de hecho,
de las decenas de veces que he pasado por ahí
siempre he visto a los abuelos
sentarse en los bancos
que existen en el exterior de la cancha,
y charlar sobre algo
que no me interesa averiguar.
La cancha, mientras tanto,
siempre está vacía.
Y no es que quiera que los viejos jueguen,
no alego por eso,
ni tampoco quiero que arranquen la malla
y ocupen el espacio para otra cosa,
es simplemente que la cancha ahí,
sin estrenar,
comenzará prontamente a dañarse por las lluvias,
y verla estropearse será entonces similar
a observar un símbolo perder su significado,
o mirar quietamente una ballena
varada en la costa,
mientras es picoteada por las aves.
Quizá por eso,
o contra eso,
es que me decido a ir hasta el lugar
raqueta en mano
y enfrentar a un amigo en lo que será
supongo
uno de los peores partidos de tenis
que alguien pueda presenciar.
-¿Y la quieren arrendar por una hora?
Nos pregunta la vieja de las llaves.
-Sí, una hora está bien –decimos.
-Es que lo mínimo son dos horas –improvisa.
Y bueno, para que pelear:
pagamos.
II.
Lo extraño e incómodo es que apenas
nos preparamos para jugar,
afuera empieza a llenarse de viejos,
algunos traen sus gatos
y sus chales,
y los esposos llevan del brazo a sus esposas
y hasta traen sillas.
Con mi amigo nos miramos
y comenzamos a paletear un poco,
es decir, no tiene sentido alegar
o decir algo,
después de todo, la idea fue nuestra,
y ahora sólo queda ver qué es lo que pasa.
Tras unos golpes errados
que debían servir de práctica,
comienzan los reclamos:
-¡Ya po´ cabros…!
-¡Aprovechen la juventud…!
Y hasta escuchamos unos garabatos en voz baja.
Mi amigo y yo nos miramos, entonces,
y los miramos,
y no sabemos si enojarnos o no,
sólo sabemos que no sabemos jugar
y que esta idea de salvar un símbolo
era sin duda algo que no nos correspondía
y que excedía sin duda
nuestras posibilidades.
III.
Media hora después
los insultos continúan
y se acrecientan.
Además las pelotas
caen cada vez más lejos
y el partido se vuelve además de malo
un poco más lento.
Por otro lado,
los abuelos, fuera de la cancha,
parecen cada momento más fuera de sí
y hasta levantan los bastones
y poco falta para que nos tiren las placas
entre tanto grito.
-¡Son terrible e´ pajeros
cabros culiaos!
Nos grita uno que hace rato
está al borde de la cancha,
y que parece haber estado entrenando
todas esas frases
que los otros viejos aplauden
y celebran a carcajadas.
-¡Como serán de malos,
que el más ahueonao va ganando!
Grita ahora,
y poco a poco me empiezo a cabrear
-porque además soy yo el que va ganando-
y justo cuando voy a dar mi mejor golpe
y hacer callar al viejo
resulta que me tropiezo
y caigo de bruces
y hasta me enredo en la malla
para algarabía de los viejos de mierda.
Así, mientras me desenredo
observo como los viejos caen al suelo de risa
y hasta veo una abuelita agacharse asustada
sobre su esposo
temiendo quizá un paro cardiaco.
-Me cansé de la hueá, viejos de mierda,
les grito entonces.
-¡¿No tienen acaso nada que hacer
en vez de andar mirando unos hueones malos
jugar tenis?!
-¡Pero es que son muy malos! –dice uno.
-¡Y muy hueones! –dice otro.
Y vuelta a la risa.
Yo me miro con mi amigo y él me hace un gesto
para que nos vayamos,
pero yo no voy a perder tan fácil,
me digo,
y voy a cerrar al set.
-¡Esta es por vos, viejo ahueonao! –le digo a uno,
pero por los nervios fallo el tiro,
y el viejo vuelve a la risa
y a huevearme nuevamente.
-¡Lo malo es que a esta edad…
se nos van a olvidar estos hueones…! –grita uno.
-Deberían venir mañana, cabros
así nos acordamos y hasta les hacemos una copa…!
-¡La copa naftalina! –gritan otros.
Yo hago como si no los escucho
y sigo jugando.
Mi amigo, en tanto,
responde unas cuantas,
pero resulta ser aún peor que yo,
y los viejos aplauden ante cada error
y no se cansan.
Entonces,
entre punto y punto
(entre un error y otro)
comienzo a imaginarme la situación desde fuera,
y me fijo que ya ni siquiera somos cabros
como nos llaman ellos,
sino dos profes treintones
buenos pa la cerveza
cabreados con unos viejos que se van a morir en pocos años…
y poco a poco
mientras acepto la realidad
comienzo a jugar con mayor gusto…
Me huevean claro, pienso,
y con razón,
pero yo sigo el juego concentrado
y les termino el show con gusto
y hasta gano
y lo celebro.
Los viejos no pueden más de alegría,
aplauden y gritan entre ellos
y hasta veo que se pagan apuestas
a escondidas…
Por último,
y por si faltara algo,
la señora de las llaves nos dice
que hay que costear la pintura de una puerta,
done un viejo rayó con tiza
nuestro resultado:
Ahueonao 1: 6
Ahueonao 2: 4
Y hasta salimos dibujados con caras chistosas.
Yo me miro con mi amigo y decidimos pagar,
no sin antes discutir un poco para bajar el precio.
Al final, mientras nos íbamos,
me devuelvo para borrar y escribir mi nombre
con el resultado.
-¿Se llama Vian? –me pregunta entonces la señora.
-Sí –digo yo.
-Pues puede volver cuando quiera –me dice, como entre risas,
mientras apaga las luces de la cancha,
y anota mi nombre
en una libreta.
Por algún error en la implementación
de un proyecto vecinal,
ocurrió que en una villa donde viven puros ancianos
construyeron una cancha de tenis.
Los viejos pasean por fuera
y la miran,
sin atreverse a entrar,
de hecho,
de las decenas de veces que he pasado por ahí
siempre he visto a los abuelos
sentarse en los bancos
que existen en el exterior de la cancha,
y charlar sobre algo
que no me interesa averiguar.
La cancha, mientras tanto,
siempre está vacía.
Y no es que quiera que los viejos jueguen,
no alego por eso,
ni tampoco quiero que arranquen la malla
y ocupen el espacio para otra cosa,
es simplemente que la cancha ahí,
sin estrenar,
comenzará prontamente a dañarse por las lluvias,
y verla estropearse será entonces similar
a observar un símbolo perder su significado,
o mirar quietamente una ballena
varada en la costa,
mientras es picoteada por las aves.
Quizá por eso,
o contra eso,
es que me decido a ir hasta el lugar
raqueta en mano
y enfrentar a un amigo en lo que será
supongo
uno de los peores partidos de tenis
que alguien pueda presenciar.
-¿Y la quieren arrendar por una hora?
Nos pregunta la vieja de las llaves.
-Sí, una hora está bien –decimos.
-Es que lo mínimo son dos horas –improvisa.
Y bueno, para que pelear:
pagamos.
II.
Lo extraño e incómodo es que apenas
nos preparamos para jugar,
afuera empieza a llenarse de viejos,
algunos traen sus gatos
y sus chales,
y los esposos llevan del brazo a sus esposas
y hasta traen sillas.
Con mi amigo nos miramos
y comenzamos a paletear un poco,
es decir, no tiene sentido alegar
o decir algo,
después de todo, la idea fue nuestra,
y ahora sólo queda ver qué es lo que pasa.
Tras unos golpes errados
que debían servir de práctica,
comienzan los reclamos:
-¡Ya po´ cabros…!
-¡Aprovechen la juventud…!
Y hasta escuchamos unos garabatos en voz baja.
Mi amigo y yo nos miramos, entonces,
y los miramos,
y no sabemos si enojarnos o no,
sólo sabemos que no sabemos jugar
y que esta idea de salvar un símbolo
era sin duda algo que no nos correspondía
y que excedía sin duda
nuestras posibilidades.
III.
Media hora después
los insultos continúan
y se acrecientan.
Además las pelotas
caen cada vez más lejos
y el partido se vuelve además de malo
un poco más lento.
Por otro lado,
los abuelos, fuera de la cancha,
parecen cada momento más fuera de sí
y hasta levantan los bastones
y poco falta para que nos tiren las placas
entre tanto grito.
-¡Son terrible e´ pajeros
cabros culiaos!
Nos grita uno que hace rato
está al borde de la cancha,
y que parece haber estado entrenando
todas esas frases
que los otros viejos aplauden
y celebran a carcajadas.
-¡Como serán de malos,
que el más ahueonao va ganando!
Grita ahora,
y poco a poco me empiezo a cabrear
-porque además soy yo el que va ganando-
y justo cuando voy a dar mi mejor golpe
y hacer callar al viejo
resulta que me tropiezo
y caigo de bruces
y hasta me enredo en la malla
para algarabía de los viejos de mierda.
Así, mientras me desenredo
observo como los viejos caen al suelo de risa
y hasta veo una abuelita agacharse asustada
sobre su esposo
temiendo quizá un paro cardiaco.
-Me cansé de la hueá, viejos de mierda,
les grito entonces.
-¡¿No tienen acaso nada que hacer
en vez de andar mirando unos hueones malos
jugar tenis?!
-¡Pero es que son muy malos! –dice uno.
-¡Y muy hueones! –dice otro.
Y vuelta a la risa.
Yo me miro con mi amigo y él me hace un gesto
para que nos vayamos,
pero yo no voy a perder tan fácil,
me digo,
y voy a cerrar al set.
-¡Esta es por vos, viejo ahueonao! –le digo a uno,
pero por los nervios fallo el tiro,
y el viejo vuelve a la risa
y a huevearme nuevamente.
-¡Lo malo es que a esta edad…
se nos van a olvidar estos hueones…! –grita uno.
-Deberían venir mañana, cabros
así nos acordamos y hasta les hacemos una copa…!
-¡La copa naftalina! –gritan otros.
Yo hago como si no los escucho
y sigo jugando.
Mi amigo, en tanto,
responde unas cuantas,
pero resulta ser aún peor que yo,
y los viejos aplauden ante cada error
y no se cansan.
Entonces,
entre punto y punto
(entre un error y otro)
comienzo a imaginarme la situación desde fuera,
y me fijo que ya ni siquiera somos cabros
como nos llaman ellos,
sino dos profes treintones
buenos pa la cerveza
cabreados con unos viejos que se van a morir en pocos años…
y poco a poco
mientras acepto la realidad
comienzo a jugar con mayor gusto…
Me huevean claro, pienso,
y con razón,
pero yo sigo el juego concentrado
y les termino el show con gusto
y hasta gano
y lo celebro.
Los viejos no pueden más de alegría,
aplauden y gritan entre ellos
y hasta veo que se pagan apuestas
a escondidas…
Por último,
y por si faltara algo,
la señora de las llaves nos dice
que hay que costear la pintura de una puerta,
done un viejo rayó con tiza
nuestro resultado:
Ahueonao 1: 6
Ahueonao 2: 4
Y hasta salimos dibujados con caras chistosas.
Yo me miro con mi amigo y decidimos pagar,
no sin antes discutir un poco para bajar el precio.
Al final, mientras nos íbamos,
me devuelvo para borrar y escribir mi nombre
con el resultado.
-¿Se llama Vian? –me pregunta entonces la señora.
-Sí –digo yo.
-Pues puede volver cuando quiera –me dice, como entre risas,
mientras apaga las luces de la cancha,
y anota mi nombre
en una libreta.
jejejeeje...pueden darse por satisfechos!...se ganaron el día!
ResponderEliminarUn abrazo.
Jajajaja que chistosa la historia!!
ResponderEliminarHay que puro reírse de la vida!
Saludos!