domingo, 10 de abril de 2011

La extraña herencia del Barón Cedric von Vian.


-¿Y me dice que su nombre es…?

-Vian. Mi nombre es Vian.

-¿Me lo podría deletrear?

-¿Qué cosa?

-Su nombre.

-Ah, sí… V – I – A – N…. Vian…

-De acuerdo. Pues mire, Vian, nos hemos comunicado con usted porque nuestro cliente el Barón Cedric von Vian nos ha encargado repartir su herencia entre ciertas personas y usted es una de ellas.

-¿Yo?

-Sí, usted. Quizá le sorprenda, pero sepa que el Barón lo tenía a usted en muy alta estima y le ha dejado una herencia para nada despreciable…

-¿Ha muerto el Barón?

-Sí, ha muerto… ¿no lo sabía usted?

-¿Qué cosa?

-¿Que murió el Barón…?

-Ah, eso… pues no, no lo sabía realmente.

-¿Y no le interesa saber cómo ha sido?

-¿Qué cosa?

-La muerte del Barón, Vian… ¿qué pasa…? Lo noto distraído…

-Disculpe es que estaba pensando en otras cosas… ¿cómo murió el Barón, me decía?

-Aún no le decía, pero sepa usted que murió por su propia mano.

-¿Su mano de él?

-Eh… sí, bueno, es un decir… en realidad se pegó un tiro… con una escopeta.

-…

-¿Qué sucede…? ¿Le ha afectado?

-No, es sólo que nunca he entendido eso…

-¿El suicidio?

-No, el suicidio lo entiendo, ¿pero no me explico lo de la escopeta?

-¿Qué tiene de raro?

-Es que no sé… debe ser incómodo, hay que tener los brazos largos, además, para alcanzar el gatillo… una vez calculé con una escopeta que había en una cabaña y no alcanzaba a hacerlo…

-Pues deben haber escopetas con el cañón más corto, supongo…

-Sí, eso debe ser, pero de todas formas es extraño…

-Pues para ser sincero no lo había pensado…

-Sí, pues tiene cara usted de no pensar en aquellas cosas. Es usted afortunado…

-Eh… gracias… pues verá usted… lo que vengo a contarle acá es que el afortunado realmente es usted… por lo de la herencia, claro… ¿recuerda que le mencioné eso en un inicio?

-¿Lo de ser afortunado?

-No, lo de la herencia, me refiero… aquello que le ha dejado el Barón von Vian.

-Sí, es cierto… ¿y qué es lo que me ha dejado?

-Pues una biblioteca.

-¿Me está hueveando?

-No. De hecho el Barón lo expresa claramente en su última carta… ¿quiere que le lea el fragmento donde se hace mención a dicha herencia?

-Quiero.

-Escuche entonces: “…Por último, me satisface profundamente ceder mis libros a alguien cuyo interés me asegura que ellos serán cuidados y mantenidos en excelentes condiciones… me refiero a Vian… quien ha de asegurarse que el conocimiento que en ellos se encuentra esté siempre en manos de alguien responsable, que resguarde la posible venta de ellos, y que…”

-Espere… ¿eso quiere decir que no puedo venderlos?

-Sí, es una de sus dos cláusulas…

-¿Hay dos?

-Sí. La primera es que no puede venderlos y la segunda consiste en que no debe usted leerlos…

-Espere, ¿ahora sí me está hueveando…?

-Eh… no, no realmente… Puede parecerle extraño, pero lo cierto es que el Barón no ha hecho sino procurar su bien…

-¿Cómo…?

-Que el Barón ha intentado alejarlo del mal que pueden ocasionarle aquellas lecturas… verá usted… ¿sabe a qué causa atribuye el Barón su decisión de optar por el suicidio?

-No…

-Pues él lo atribuye justamente a las lecturas, o al exceso de ellas, más bien…

-¿O sea que supuestamente los libros que a mí me hereda serían los culpables de su muerte…?

-Sí, podría decirse que sí…

-¿Y yo pasaría a ser así como el gendarme… el carcelero que debo vigilar a los culpables del asesinato y vivir con ellos, pero sin nunca cruzar palabra con esos que viven en mi casa y que…?

-Espere, si usted quiere hablarle a los libros puede hacerlo, el Barón sólo pidió que no los leyera y…

-¡Es una metáfora…! Me refiero justamente a eso, a tener que recibir los libros y no poder ni leerlos ni venderlos, como si tuviese cadáveres colgando en mi propia casa…

-Disculpe, es que no lo entendí, soy abogado, sabe…

-Pues como abogado o como lo que sea le digo que no me interesa recibir aquella herencia bajo esas condiciones…

-Pues yo le digo que sea usted sensato y piense por un momento algo: ¿cree usted que alguien va a vigilar si usted lee o no aquellos libros…?

-¿No lo harán?

-No lo creo. Alguien tendría que demandar o acusarlo a usted de no cumplir su promesa…

-¿Pero y la conciencia?

-¿De quién?

-La mía, por supuesto… yo leeré esos libros y sabré que no he cumplido el acuerdo…

-Pues en eso ya no puedo entrometerme, eso pasa a ser decisión suya…

-Mmm…

-¿Lo está pensando?

-Sí… ¿acaso no escuchó que hacía “Mmm…”?

-Eh… sí, pero pensé que podría ser otra metáfora…

-¡¿Pensó que “Mmm…” podría ser una metáfora…?!

-Sí, es que no entiendo de eso… disculpe… pero es que me pongo nervioso pues necesito una decisión… y debo llevar los papeles firmados esta tarde para enviar la resolución…

-Pues bien, de acuerdo… será un poco más difícil ordenar la biblioteca, y no sé dónde meteré tanto libro, pero…

-Mire, hay que firmar acá y acá… y en la última hoja…

-De acuerdo… ¿acá también, me dijo?

-Sí… eh…

-¿Qué ocurre?

-¿Esa es su firma?

-Sí, ¿por qué…?

-Es que es rara… ¿son letras esas?

-Sí, letras hebreas… supongo que es también una especie de metáfora… pero no me pida que se la explique, por favor…

-No iba a pedírselo… no quiero intentar entender lo que no entiendo, soy feliz así…

-¡Espere…!

-¿Qué?

-¿Puede repetirme lo último que dijo?

-Dije: “¿Qué?”

-No, antes del “¿Qué?”, usted dijo algo sobre que no pretendía entender algo…

-Ah, eso… pues dije algo así como que no quería intentar entender lo que no entiendo…

-¿Y por qué no?

-¿Por qué no qué…?

-¿Por qué no quiere intentar entender lo que no entiende?

-No sé, supongo que se es más feliz de esa forma, entendiendo sólo lo que nos es dado entender…

-¿Y cómo sabe uno lo que le es dado…?

-Eh… no sé, me complica usted… quizá lo que uno debe entender es lo que a uno le es propio, nada más… no lo sé realmente… disculpe, pero me siento tonto hablando de estas cosas…

-No se avergüence… además, me acaba de convencer de que no debo aceptar esos libros…

-¿Cómo?

-Que nunca pensé que rechazaría libros, pero así es… ya tengo suficiente para intentar entender… y suficientes cosas que no entiendo, creo que está bien con eso…

-¿Y no va a querer entonces los libros del Barón?

-No. Ya me decidí, no los quiero…

-Pues es usted extraño, pero es una decisión sabia, supongo… además, para qué iba a querer usted toda una biblioteca de libros de contabilidad…

-¡¿Eran de contabilidad?! ¿Pero si usted me dijo que el Barón se mató a partir de esas lecturas?

-Sí, es que eran los libros donde llevó siempre las cuentas… y las deudas ya lo estaban aplastando…

-Pues con mayor razón le agradezco que me ayudara a tomar esta decisión…

-¿De verdad lo ayudé?

-Sí, claro que me ayudó…

-¿No es una metáfora?

-No, esto es algo concreto y simple…

-Pues que bueno, a mí me gustan las cosas concretas y simples…

-Pues sí, a mí también están comenzando a gustarme…

-Buenas noches entonces… me retiro…

-Buenas noches, que esté bien…

-Usted también, etc.

4 comentarios:

  1. Cargar con el peso de las deudas del varón y con su propia conciencia, uff. Al fin tuvo una inteligente resolución.

    Muy bueno el texto!

    Saludos, Luz

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  2. Gracias... pero cómo que "al fin"...
    Parece que tendré que revisar mis otras resoluciones...

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  3. ajaja me hizo reir el texto! hay bastantes libros que podrían ser responsables de suicidios!! no solo los de contabilidad! ajaj el ultimo que lei que me dije esto es tremendo si estas bien y tremendo si estas solo fue: "fragmentos de un discurso amoroso" de Barthes! y ademas te felicito por la plantilla minimalitaaa como leia del reader no me daba cuenta que habias cambiado la plantilla del blog! me encanta!!!

    saludos

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  4. Gracias, aunque lo de la plantilla nace porque se me desconfiguró la otra y de hecho aún tengo problemas para escribir los post... Lo de Barthes me emociona, sobre todo porque completa la imagen de él y la vuelve más humana (Sarduy ayuda también con un texto que escribió sobre Barthes, cuando este murió...)
    voy a darle otra vuelta al texto, me dieron ganas...
    saludos

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