Confieso que de chico fui un mañoso. O hasta malcriado. No tanto por “pataletas” y esos malos espectáculos que dan algunos niños, pero sí en cuanto a comidas y a gustos que fueron, por decirlo de alguna forma, al menos “reducidos”.
Con todo, recuerdo que en materia de frutas, por ejemplo, mi madre –consintiéndome demasiado, por supuesto-, lograba disfrazar algunas de ellas, en pequeños fragmentos que, bajo ese aspecto indefenso (pequeños trozos picados, o molidos, o rallados), lograban engañarme y traspasar la barrera arbitraria que yo imponía y ante la cual sólo tenían acceso una o dos variedades.
Y claro: llegamos entonces al ejemplo de la manzana rallada. Es decir, a la única forma en que yo accedía a comer aquella fruta.
El ejemplo es absurdo y me avergüenza, no crean que lo cuento con orgullo… pero más allá de la sensación asociada a esta costumbre, me parece advertir en ella una forma de engaño –y hasta de autoengaño-, presente en un sinnúmero de otras actividades en las que caemos todos, de una forma u otra.
Podría enumerar así, una serie de estrategias utilizadas para reforzar el sistema económico y la degradación de algunos sistemas de valores, pero sinceramente creo que terminaría citando a Lipovetski o autores de ese estilo y sucede que no tengo ganas de llevar mis palabras, al menos hoy, por esos caminos, aparentemente más “académicos”, por ponerle un nombre.
Tampoco me interesa ahora, contarles el caso de una mujer que logró que su esposo se comiera a sus propios hijos, dándoles pequeños trozos de sus cadáveres que mantenía ocultos en el congelador mientras su marido permanecía en cama, tras sufrir un grave accidente en su trabajo…
-Pero entonces ¿qué es lo que le interesa? –podrían preguntarme, molestos por mi poca eficacia ante el tema.
Mmm…
¿Cómo decirlo…? (Este soy yo hablando de nuevo, por si acaso)
Pues me interesa la forma en que empleamos la técnica de la manzana rallada para transformamos en aquello que algún día pensamos que no seríamos nunca, confieso, sin más.
Sí.
Eso.
Y me sorprendo incluso yo porque pensé, al momento de comenzar esta entrada, que hablaría de la forma en que aceptamos y desarrollamos algunos afectos en relación a la idea de la manzana rallada…
Pero bueno, supongo que uno tiene el derecho de darse cuenta de sus verdaderos intereses durante la marcha…
Además, el asunto ese de la contaminación leve, o de la manifestación de un algo que creímos siempre fuera de nosotros y que de pronto descubrimos como una pieza esencial en nuestra vida, es algo que sin duda me resulta más atingente, por estos días.
A veces es el corte de pelo, el aceptar el trabajo para una empresa, o comprarte tu primera corbata… poco importa la forma, lo relevante es que la contaminación ya está hecha, y eso que pensamos aborrecíamos está de pronto ya en nuestro organismo, y ha logrado ingresar de la misma forma que la manzana entró en ti, cuando eras chico, rallada y sin que te dieras cuenta que se trataba de la misma fruta que, supuestamente al menos, no te gustaba.
Y claro, quizá sea injusto con la manzana al compararla con esas cosas realmente contaminantes y que no aportan, creo, ningún tipo de nutriente a lo que somos, como los ejemplos dados anteriormente… pero bueno, la reputación de la manzana ya está dañada desde el Paraíso así que no voy a sentirme culpable de aquello, ni escribir una reivindicación de la manzana ni nada por el estilo… sino que simplemente voy a ponerle fin a esta entrada…
-¡Ya era hora! –dirá el lector aburrido.
-¡Pesimista de mierda! –dirá por otro lado uno más efusivo y más atento por cierto, a mis palabras.
¿Pero saben? (y este de nuevo soy yo), también podría verse esto desde otra perspectiva. Es decir, justificarme pensando que en esta vida que amenaza a veces con volverse rutinaria y donde la mayoría es contaminación y la excepción a la regla es, digamos, el acto puro… en esta vida, decía, la verdadera manzana rallada puede ser a fin de cuentas el nutriente puro disfrazado: el amigo cercano en el trabajo, el tatuaje escondido bajo la camisa, la carta de renuncia que tienes guardada en tu escritorio… o hasta aquello que escribes en la noche…
Todo recordándote que sigues de cierta forma creyendo en quien eres y que la contaminación (transformación) completa nunca será posible mientras exista ese poquito de manzana rallada entregándote secretamente el nutriente necesario…
Y sí: esta es mi manzana rallada.
Y este soy yo: Vian, ex mañoso, poco antes del fin, de un buen día.
Con todo, recuerdo que en materia de frutas, por ejemplo, mi madre –consintiéndome demasiado, por supuesto-, lograba disfrazar algunas de ellas, en pequeños fragmentos que, bajo ese aspecto indefenso (pequeños trozos picados, o molidos, o rallados), lograban engañarme y traspasar la barrera arbitraria que yo imponía y ante la cual sólo tenían acceso una o dos variedades.
Y claro: llegamos entonces al ejemplo de la manzana rallada. Es decir, a la única forma en que yo accedía a comer aquella fruta.
El ejemplo es absurdo y me avergüenza, no crean que lo cuento con orgullo… pero más allá de la sensación asociada a esta costumbre, me parece advertir en ella una forma de engaño –y hasta de autoengaño-, presente en un sinnúmero de otras actividades en las que caemos todos, de una forma u otra.
Podría enumerar así, una serie de estrategias utilizadas para reforzar el sistema económico y la degradación de algunos sistemas de valores, pero sinceramente creo que terminaría citando a Lipovetski o autores de ese estilo y sucede que no tengo ganas de llevar mis palabras, al menos hoy, por esos caminos, aparentemente más “académicos”, por ponerle un nombre.
Tampoco me interesa ahora, contarles el caso de una mujer que logró que su esposo se comiera a sus propios hijos, dándoles pequeños trozos de sus cadáveres que mantenía ocultos en el congelador mientras su marido permanecía en cama, tras sufrir un grave accidente en su trabajo…
-Pero entonces ¿qué es lo que le interesa? –podrían preguntarme, molestos por mi poca eficacia ante el tema.
Mmm…
¿Cómo decirlo…? (Este soy yo hablando de nuevo, por si acaso)
Pues me interesa la forma en que empleamos la técnica de la manzana rallada para transformamos en aquello que algún día pensamos que no seríamos nunca, confieso, sin más.
Sí.
Eso.
Y me sorprendo incluso yo porque pensé, al momento de comenzar esta entrada, que hablaría de la forma en que aceptamos y desarrollamos algunos afectos en relación a la idea de la manzana rallada…
Pero bueno, supongo que uno tiene el derecho de darse cuenta de sus verdaderos intereses durante la marcha…
Además, el asunto ese de la contaminación leve, o de la manifestación de un algo que creímos siempre fuera de nosotros y que de pronto descubrimos como una pieza esencial en nuestra vida, es algo que sin duda me resulta más atingente, por estos días.
A veces es el corte de pelo, el aceptar el trabajo para una empresa, o comprarte tu primera corbata… poco importa la forma, lo relevante es que la contaminación ya está hecha, y eso que pensamos aborrecíamos está de pronto ya en nuestro organismo, y ha logrado ingresar de la misma forma que la manzana entró en ti, cuando eras chico, rallada y sin que te dieras cuenta que se trataba de la misma fruta que, supuestamente al menos, no te gustaba.
Y claro, quizá sea injusto con la manzana al compararla con esas cosas realmente contaminantes y que no aportan, creo, ningún tipo de nutriente a lo que somos, como los ejemplos dados anteriormente… pero bueno, la reputación de la manzana ya está dañada desde el Paraíso así que no voy a sentirme culpable de aquello, ni escribir una reivindicación de la manzana ni nada por el estilo… sino que simplemente voy a ponerle fin a esta entrada…
-¡Ya era hora! –dirá el lector aburrido.
-¡Pesimista de mierda! –dirá por otro lado uno más efusivo y más atento por cierto, a mis palabras.
¿Pero saben? (y este de nuevo soy yo), también podría verse esto desde otra perspectiva. Es decir, justificarme pensando que en esta vida que amenaza a veces con volverse rutinaria y donde la mayoría es contaminación y la excepción a la regla es, digamos, el acto puro… en esta vida, decía, la verdadera manzana rallada puede ser a fin de cuentas el nutriente puro disfrazado: el amigo cercano en el trabajo, el tatuaje escondido bajo la camisa, la carta de renuncia que tienes guardada en tu escritorio… o hasta aquello que escribes en la noche…
Todo recordándote que sigues de cierta forma creyendo en quien eres y que la contaminación (transformación) completa nunca será posible mientras exista ese poquito de manzana rallada entregándote secretamente el nutriente necesario…
Y sí: esta es mi manzana rallada.
Y este soy yo: Vian, ex mañoso, poco antes del fin, de un buen día.
Otra vez yo, una Helena todavía mañosa. Podrías pedirme que deje de inundar tu espacio con mis percepciones. No creo que te haga caso, pero podrías intentarlo (Jajajaja)
ResponderEliminarNecesito saber si tu dirección de email es verdadera...
Sólo eso, cambio y fuera.