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"El más anciano padeció más que nosotros;
los jóvenes no veremos todo lo que él vio
ni viviremos tanto"
Shakespeare, El rey Lear.
.Eso es en parte lo que alega Lear: "¡Qué nos queda si racionalizamos nuestras necesidades!"
Y claro, yo lo escucho quejarse ahí, en medio de la obra, mientras sus hijas lo instan a reducir poco a poco su ejército, y veo a Lear disminuir también, con ello, la dignidad que él creía era el sustento de sí mismo, desesperadamente.
Y es que Lear, claro está, era rey. Y lo era incluso antes de ser hombre, o de ser Lear. Y fueron necesarias una serie de derrotas y despojos para que, desnudo en medio de una tormenta, comprendiera realmente qué era él mismo y qué era el hombre, y confundiera con locura esa verdad desnuda que es a veces también fiebre y desesperación y hasta muerte, cuando no sabemos finalmente, qué hacer con ella.
Recuerdo entonces a Lear hablar de dignidad, y de aquella idea de necesidad que por la boca de tantos personajes de Shakespeare ha ido llegando hasta nosotros, convenciéndonos casi que aquello que tenemos es siempre más de lo que necesitamos. Y mucho más de lo que merecemos, por cierto.
Así lo dice Hamlet, por ejemplo, cuando Apolonio pide atender a los actores según sus merecimientos, y Hamlet intercede señalando la miseria que nos asolaría si realmente nos “atendieran” según lo que realmente merecemos y no hubiese un exceso –que supera también nuestras necesidades, claro está-, en el trato que se nos brinda a cada uno de nosotros, para ser considerado justo.
Ahora bien, en el caso de Lear, la reflexión pasa por varios niveles que acompañan al personaje en un camino hacia la comprensión final, a la cual sólo se accede luego de hacerse consciente del proceso de racionalización de sus necesidades como rey, y que parecían sostenerlo como personaje, en un inicio de la obra.
Y claro, es entonces cuando vemos alegar a Lear. Y gritar y desesperarse y maldecir a sus hijas porque lo están despojando de aquello que, según él, lo hacía ser lo que él creía que era.
Con esto, y ante la continua defensa que Lear hacía respecto de sus pertenencias –ejército, autoridad y la idea de reino como objeto de propiedad-, el personaje parece de pronto hacerse consciente que aquello que está haciendo con sus aparentes necesidades es una racionalización, es decir, está utilizando un mecanismo de defensa para justificar aquello que cree sus propias necesidades -erróneamente consideradas esenciales y constituyentes de sí mismo-, con lo que da un primer paso para acercarse a lo que constituirá la gran verdad a la que tendrá acceso Lear posteriormente: que el trueno y la naturaleza en general no lo reconocían como rey, y que él no era más que un animal indefenso arrojado ante el mundo sobre sus dos pies, y que la vida casi se le había ido sin darse cuenta de aquello.
Ante esta verdad, sin embargo, Lear no sabe responder sino con la locura, que en este sentido, no es sino otro de los ropajes con que se viste la verdad cuando ya se ha cansado de hablar a través de los bufones o de los que aparecen como insensatos, hacia el mundo.
Y es que es en este “centro” donde se reúnen las distintas “manifestaciones” de Lear: el anciano, el loco y el ser que por fin se ha dado cuenta que es necesario decir lo que se siente y no lo que debemos decir… y claro, de ahí también es de donde nace el llamado desgarrador hacia los jóvenes y “hombres de piedra” que son incapaces de aullar cuando el dolor no deja otra salida, y ya no quedan formas aparentemente sensatas, o correctas, con las cuáles intentar nombrar nuestras desventuras, errores y pérdidas... al menos cuando su tamaño nos supera.
Porque a fin de cuentas, esa es la ventaja final que tiene el loco, el bufón, el anciano, y hasta el hombre que lo ha perdido todo, frente a nosotros: otorgarse a sí mismo la libertad de aullar, de ser ese animal arrojado desnudo en medio de una tormenta, y alcanzar de esa forma esa verdad que a nuestra juventud le es esquiva, es decir, ver qué es lo que realmente somos cuando todo lo que creímos necesario o defendimos como tal, nos es quitado de cuajo.
No hay más.
Y claro, yo lo escucho quejarse ahí, en medio de la obra, mientras sus hijas lo instan a reducir poco a poco su ejército, y veo a Lear disminuir también, con ello, la dignidad que él creía era el sustento de sí mismo, desesperadamente.
Y es que Lear, claro está, era rey. Y lo era incluso antes de ser hombre, o de ser Lear. Y fueron necesarias una serie de derrotas y despojos para que, desnudo en medio de una tormenta, comprendiera realmente qué era él mismo y qué era el hombre, y confundiera con locura esa verdad desnuda que es a veces también fiebre y desesperación y hasta muerte, cuando no sabemos finalmente, qué hacer con ella.
Recuerdo entonces a Lear hablar de dignidad, y de aquella idea de necesidad que por la boca de tantos personajes de Shakespeare ha ido llegando hasta nosotros, convenciéndonos casi que aquello que tenemos es siempre más de lo que necesitamos. Y mucho más de lo que merecemos, por cierto.
Así lo dice Hamlet, por ejemplo, cuando Apolonio pide atender a los actores según sus merecimientos, y Hamlet intercede señalando la miseria que nos asolaría si realmente nos “atendieran” según lo que realmente merecemos y no hubiese un exceso –que supera también nuestras necesidades, claro está-, en el trato que se nos brinda a cada uno de nosotros, para ser considerado justo.
Ahora bien, en el caso de Lear, la reflexión pasa por varios niveles que acompañan al personaje en un camino hacia la comprensión final, a la cual sólo se accede luego de hacerse consciente del proceso de racionalización de sus necesidades como rey, y que parecían sostenerlo como personaje, en un inicio de la obra.
Y claro, es entonces cuando vemos alegar a Lear. Y gritar y desesperarse y maldecir a sus hijas porque lo están despojando de aquello que, según él, lo hacía ser lo que él creía que era.
Con esto, y ante la continua defensa que Lear hacía respecto de sus pertenencias –ejército, autoridad y la idea de reino como objeto de propiedad-, el personaje parece de pronto hacerse consciente que aquello que está haciendo con sus aparentes necesidades es una racionalización, es decir, está utilizando un mecanismo de defensa para justificar aquello que cree sus propias necesidades -erróneamente consideradas esenciales y constituyentes de sí mismo-, con lo que da un primer paso para acercarse a lo que constituirá la gran verdad a la que tendrá acceso Lear posteriormente: que el trueno y la naturaleza en general no lo reconocían como rey, y que él no era más que un animal indefenso arrojado ante el mundo sobre sus dos pies, y que la vida casi se le había ido sin darse cuenta de aquello.
Ante esta verdad, sin embargo, Lear no sabe responder sino con la locura, que en este sentido, no es sino otro de los ropajes con que se viste la verdad cuando ya se ha cansado de hablar a través de los bufones o de los que aparecen como insensatos, hacia el mundo.
Y es que es en este “centro” donde se reúnen las distintas “manifestaciones” de Lear: el anciano, el loco y el ser que por fin se ha dado cuenta que es necesario decir lo que se siente y no lo que debemos decir… y claro, de ahí también es de donde nace el llamado desgarrador hacia los jóvenes y “hombres de piedra” que son incapaces de aullar cuando el dolor no deja otra salida, y ya no quedan formas aparentemente sensatas, o correctas, con las cuáles intentar nombrar nuestras desventuras, errores y pérdidas... al menos cuando su tamaño nos supera.
Porque a fin de cuentas, esa es la ventaja final que tiene el loco, el bufón, el anciano, y hasta el hombre que lo ha perdido todo, frente a nosotros: otorgarse a sí mismo la libertad de aullar, de ser ese animal arrojado desnudo en medio de una tormenta, y alcanzar de esa forma esa verdad que a nuestra juventud le es esquiva, es decir, ver qué es lo que realmente somos cuando todo lo que creímos necesario o defendimos como tal, nos es quitado de cuajo.
No hay más.
No puedo dejar de emocionarme cuando leo
ResponderEliminar"otorgarse a si mismo la libertad de aullar",
e imaginarme aquél animal, desnudo, libre.
Que exquisita naturalidad.
Gracias Vian.