lunes, 4 de abril de 2011

Sobre la pluralidad innecesaria, o afeitándome con la navaja de Ockham.

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"La pluralidad no se puede postular
sin necesidad"
Guillermo de Ockham..

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Llevo una especie de barba hace más de 12 años. Supongo que la dejé crecer apenas salido del colegio y ahí está, y estará, hasta que yo decida arrancarla. A veces la recorto, claro, pero la dejo existir ahí, sin perturbarla mayormente, y de ser ella consciente de sí misma, supongo que no se siente amenazada en lo más mínimo.

Y claro, debe ser agradable ser una barba cuando ésta no está amenazada ni se pone en riesgo su existencia, pensaba, hasta hace poco.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte he comenzado a cuestionar esta primera impresión. Es decir, la amenaza mayor –pienso ahora-, no es necesariamente que nos pueda pasar algo que ponga en riesgo nuestra existencia, sino que nuestra existencia se vea amenazada por la no ocurrencia de fenómenos, o dicho de otra forma: el verdadero riesgo a las formas de existencia aparentemente no amenazadas, es que nunca les ocurra nada.

Así de simple.

Quizá por esto –por la simpleza escondida en el temor de que nunca ocurra algo-, es que la existencia completa de uno –más allá de la barba específica que funcionaba aquí simplemente como acercamiento-, ha pasado a elegir eso que algunos podrían llamar “el camino fácil”, y que busca dejar de lado toda teoría compleja que supone la existencia de aspectos innecesarios, o “pluralidades”, como dice el epígrafe, “plenamente innecesarias”.

Ahora bien… ¿Saben qué es la navaja de Ockham?

Pues dicho de manera sencilla, es una especie de premisa que invita a optar por la explicación más simple cuando dos teorías tienen las mismas consecuencias, es decir, si volteamos la explicación: debe elegirse, ante dos teorías que conduzcan a las mismas consecuencias, la que postule una menor cantidad de entidades clasificables (tipos de entidades).

Y claro… si la analizamos a fondo, no parece ser una gran teoría, por lo que ha sido refutada prácticamente desde que fue enunciada hace más o menos 700 años, por todos aquellos que hacían de la pluralidad de posibilidades el camino correcto para “llegar” –o no cuestionar finalmente-, la idea de perfección de la naturaleza, implícita en sus propias teorías.

Pienso por ejemplo en Leibniz y su frase que fue mi preferida mucho tiempo: “todo lo que sea posible que ocurra, ocurrirá”, o hasta en Kant que tilda de estúpida esta disminución en la variedad de “seres explicativos” que intentan dar cuenta de una teoría cualquiera.

Más allá de esto, sin embargo, creo que las posibilidades simplificativas que nacen de la utilización de la navaja de Ockham, me son, ciertamente, absolutamente necesarias. Y hasta he aprendido a ver en ellas, por sobre aquellas posiciones pluralistas señaladas anteriormente, un germen de la verdad que hoy estoy buscando.

De ahí que le dé vueltas ahora a la utilización práctica de esta navaja, y que piense entonces en mi barba, que ante el simple hecho de sentirse amenazada parece lanzarse a la vida… a esa existencia que sólo se activa ante la consciencia o el temor de dejar de ser, de estar en juego y en manos de la voluntad de otro (o sea de mí, de Vian, de yo mismo).

Y es que a fin de cuentas toda complejidad que sumemos a las explicaciones que buscan dar cuenta de una teoría que nos sustente, no hace sino restar probabilidades para que dicha explicación resulte ser, finalmente, la verdadera.

Mientras, la explicación completa más sencilla, expresada con simpleza y honestidad, debiese estar más cerca de dar cuenta real de nosotros mismos, o de la verdad que queremos sustentar y explicar a partir algunos enunciados breves, ajenos a la pluralidad, y a la población innecesaria que acostumbra a ser la razón principal de la caída –bajo su propio peso-, que suelen sufrir esas teorías más elaboradas que permanecen alejadas, sin embargo, del centro significativo más común y manoseado de todos: nuestra propia vida.

Así de fome y parejo –lo reconozco-, pero también así de simple. Y necesario.

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