Un poco por joder, y otro poco por intentar parecer brillante, trato de forzar la comunicación que sostengo con el director de un programa de magíster en ciencias físicas a quien quiero convencer para que me permita ingresar a dicho programa.
No es que me interese tanto, claro, pero como estaba ya medio borracho cuando comencé a conversar y sentí que el tipo me miró en menos por “pertenecer al mundo de las letras”, insisto con el tema hasta que logro captar su atención cuando rebato su idea relativa a la necesidad que tiene la realidad para ser definida, antes de ser “aprobada” o “aceptada” por el entendimiento humano.
-¿De verdad cree eso? –le pregunto.
-¿Qué cosa? –dice él, haciéndose el desentendido.
-Lo de la definición como base para afirmar la existencia de algo.
Él entonces se lo piensa un poco.
-Sí –contesta luego de un rato-. En eso creo.
-¿Y cree que las ideas simples son también definibles?
-Sí –me contesta-, pero creo que estás llevando esto a un terreno que puede volverse ambiguo, por eso no me gusta el lenguaje. Además ni siquiera creo que tengamos un consenso sobre lo que entendemos por definición.
-¿Qué cree usted que es la definición?
-¿Quieres que defina la palabra definición?
-Sí, aunque suene absurdo.
-Pues no sé, supongo que es la exposición del significado de una palabra.
-¿Y con qué expresaríamos ese significado?
-Con palabras.
-Pero, ¿con otras palabras, o con sinónimos de la palabra que buscamos definir?
-Con otras palabras, claro, dar sinónimos es otra cosa… pero no entiendo realmente a dónde quieres llegar.
-Pues verá, ante todo quiero llegar a que acepte que entendemos por la palabra definición algo prácticamente igual, y que desde ese acuerdo, no se podría negar que las ideas simples, al menos, no pueden ser definidas.
-¿Y esto tiene algo que ver con que yo te acepte en el curso de magíster para ciencias físicas?
-No, quizá no… -le digo, algo molesto-, pero tómelo como un curso gratuito que le estoy dando para comprender la estrechez de su espectro de conocimiento nominal…
-¿Y hay bibliografía en ese curso, o se trata simplemente de las ideas de un borracho sin nombre?
-Mi nombre es Vian –me defiendo-. Y sí, podría citarle algunos nombres, pero quizá su cerebro se desgaste en memorizarlos y luego no entienda lo importante.
-Pues yo creo que me atrevo a intentarlo.
-Entonces memorice: Wingarden, Locke, Aristóteles…
-Espere, prefiero que me nombre los libros.
-¿Desconfía de mí?
-Y de su hígado –agrega.
-Entonces busque usted “Beweeginge”, el “Ensayo sobre el entendimiento humano”, o “Sobre el alma”…
-Algo entiendes, parece…
-Pues mire, si quiere que le sea sincero, no “entiendo” nada, según mi manera de definir “entendimiento”, pero digamos que podría tomar la voz de cualquiera de los que mencioné antes para zanjar el tema en cuestión.
-¿Y cuál era el tema en cuestión? ¿El de que las ideas simples no se pueden definir?
-Exacto. ¿Quién quiere que le responda, entonces? –digo, dándomelas de cabrón.
-Locke, que me responda Locke. –me dice con un tono soberbio.
-Pues él dice que la razón es la siguiente: que los varios términos de una definición, al significar diversas ideas, no pueden representar juntos de ninguna manera una idea que carece de toda composición; y por lo tanto, una definición, que no es propiamente sino la exposición del significado de una palabra por varias otras que no denoten cada una lo mismo, no puede tener lugar cuando se trata de los nombres de las ideas simples.
-Eso es una mierda.
-Pero lo dice Locke.
-Entonces Locke es una mierda…
-Puede que sí, pero igual que todos… aunque lo malo es que tiene razón… Pero dígame ahora: ¿cómo definiría movimiento?
-¿Movimiento es una idea simple?
-Exacto, pero como lo definiría –insisto.
-Como el tránsito realizado de un lugar a otro…?
-¿Y el tránsito, cómo lo definiría? ¿Cómo un movimiento?
-Sí… o como un desplazamiento…
-¿Y el desplazamiento como un tránsito, supongo? ¿No se da cuenta que eso son sinónimos y no definiciones?
-¿Y entonces?
-¿Entonces qué?
-Supongamos que tienes razón, que las ideas simples, según aquello, no son definibles…
-Ya…
-¿Qué gracia tiene eso? ¿A dónde nos lleva?
-A la incertidumbre de tener que aceptar que el 90% de las palabras que utilizan las leyes físicas tienen una definición negativa o carecen de definición…
-¿Y?
-Y por lo tanto no son sustentables en sí mismas y no tienen significado concreto en el mundo real…
-¿Y?
-Y entonces el hombre de letras es usted –concluyo-. Letras en el aire… palabras de ficción… ¡eso es lo que es usted y su mierda de programa…! –le grito.
-¿Y tú eres el hombre concreto, el ligado a la realidad, supongo?
-No. Yo soy el hombre de las ideas puras.
-Estás loco… además, ¿qué mierda serían las ideas puras?
-¿Quiere que se las defina de nuevo…? ¿No se da cuenta que le di la respuesta de eso hace un rato?
-Entonces no las definas, pero dame un ejemplo.
-Vian.
-¿Cómo Vian?
-Vian.
-¿Vian es una idea pura?
-Vian. Vian, Vian… -le digo yo, en mi nuevo idioma de ideas puras.
-¿Te das cuenta que estás borracho? –dice él parándose del lugar y dejando un billete lo suficientemente grande como para cubrir mis cervezas y sus cafés.
-Vian, Vian –le digo, con tono agradecido.
Entonces, justo cuando pienso que el tipo va a explotar y que va a lanzar un golpe o algo similar, me dice que no hay problema si quiero ingresar al famoso programa… y que él mismo puede hacer la carta de aceptación…
-Vian, Vian –insisto, mientras le estrecho la mano.
Él me mira por última vez y yo supongo que calcula si fue un error el haber accedido a mi solicitud de ingreso.
Luego, mientras lo veo irse, pienso que ya tengo la aceptación y que ahora sólo falta obtener la beca, porque no pienso pagarme esa hueá de magíster, después de todo…
-¿Le traigo la cuenta? –me dice entonces el garzón, como apurándome para poner fin a esta entrada.
-Vian –le digo-, Vian, Vian.
Y él, sin ningún tipo de pregunta y entendiendo rápidamente, la trae (y hasta me descuenta la última cerveza).
¡Viva el entendimiento humano!
No es que me interese tanto, claro, pero como estaba ya medio borracho cuando comencé a conversar y sentí que el tipo me miró en menos por “pertenecer al mundo de las letras”, insisto con el tema hasta que logro captar su atención cuando rebato su idea relativa a la necesidad que tiene la realidad para ser definida, antes de ser “aprobada” o “aceptada” por el entendimiento humano.
-¿De verdad cree eso? –le pregunto.
-¿Qué cosa? –dice él, haciéndose el desentendido.
-Lo de la definición como base para afirmar la existencia de algo.
Él entonces se lo piensa un poco.
-Sí –contesta luego de un rato-. En eso creo.
-¿Y cree que las ideas simples son también definibles?
-Sí –me contesta-, pero creo que estás llevando esto a un terreno que puede volverse ambiguo, por eso no me gusta el lenguaje. Además ni siquiera creo que tengamos un consenso sobre lo que entendemos por definición.
-¿Qué cree usted que es la definición?
-¿Quieres que defina la palabra definición?
-Sí, aunque suene absurdo.
-Pues no sé, supongo que es la exposición del significado de una palabra.
-¿Y con qué expresaríamos ese significado?
-Con palabras.
-Pero, ¿con otras palabras, o con sinónimos de la palabra que buscamos definir?
-Con otras palabras, claro, dar sinónimos es otra cosa… pero no entiendo realmente a dónde quieres llegar.
-Pues verá, ante todo quiero llegar a que acepte que entendemos por la palabra definición algo prácticamente igual, y que desde ese acuerdo, no se podría negar que las ideas simples, al menos, no pueden ser definidas.
-¿Y esto tiene algo que ver con que yo te acepte en el curso de magíster para ciencias físicas?
-No, quizá no… -le digo, algo molesto-, pero tómelo como un curso gratuito que le estoy dando para comprender la estrechez de su espectro de conocimiento nominal…
-¿Y hay bibliografía en ese curso, o se trata simplemente de las ideas de un borracho sin nombre?
-Mi nombre es Vian –me defiendo-. Y sí, podría citarle algunos nombres, pero quizá su cerebro se desgaste en memorizarlos y luego no entienda lo importante.
-Pues yo creo que me atrevo a intentarlo.
-Entonces memorice: Wingarden, Locke, Aristóteles…
-Espere, prefiero que me nombre los libros.
-¿Desconfía de mí?
-Y de su hígado –agrega.
-Entonces busque usted “Beweeginge”, el “Ensayo sobre el entendimiento humano”, o “Sobre el alma”…
-Algo entiendes, parece…
-Pues mire, si quiere que le sea sincero, no “entiendo” nada, según mi manera de definir “entendimiento”, pero digamos que podría tomar la voz de cualquiera de los que mencioné antes para zanjar el tema en cuestión.
-¿Y cuál era el tema en cuestión? ¿El de que las ideas simples no se pueden definir?
-Exacto. ¿Quién quiere que le responda, entonces? –digo, dándomelas de cabrón.
-Locke, que me responda Locke. –me dice con un tono soberbio.
-Pues él dice que la razón es la siguiente: que los varios términos de una definición, al significar diversas ideas, no pueden representar juntos de ninguna manera una idea que carece de toda composición; y por lo tanto, una definición, que no es propiamente sino la exposición del significado de una palabra por varias otras que no denoten cada una lo mismo, no puede tener lugar cuando se trata de los nombres de las ideas simples.
-Eso es una mierda.
-Pero lo dice Locke.
-Entonces Locke es una mierda…
-Puede que sí, pero igual que todos… aunque lo malo es que tiene razón… Pero dígame ahora: ¿cómo definiría movimiento?
-¿Movimiento es una idea simple?
-Exacto, pero como lo definiría –insisto.
-Como el tránsito realizado de un lugar a otro…?
-¿Y el tránsito, cómo lo definiría? ¿Cómo un movimiento?
-Sí… o como un desplazamiento…
-¿Y el desplazamiento como un tránsito, supongo? ¿No se da cuenta que eso son sinónimos y no definiciones?
-¿Y entonces?
-¿Entonces qué?
-Supongamos que tienes razón, que las ideas simples, según aquello, no son definibles…
-Ya…
-¿Qué gracia tiene eso? ¿A dónde nos lleva?
-A la incertidumbre de tener que aceptar que el 90% de las palabras que utilizan las leyes físicas tienen una definición negativa o carecen de definición…
-¿Y?
-Y por lo tanto no son sustentables en sí mismas y no tienen significado concreto en el mundo real…
-¿Y?
-Y entonces el hombre de letras es usted –concluyo-. Letras en el aire… palabras de ficción… ¡eso es lo que es usted y su mierda de programa…! –le grito.
-¿Y tú eres el hombre concreto, el ligado a la realidad, supongo?
-No. Yo soy el hombre de las ideas puras.
-Estás loco… además, ¿qué mierda serían las ideas puras?
-¿Quiere que se las defina de nuevo…? ¿No se da cuenta que le di la respuesta de eso hace un rato?
-Entonces no las definas, pero dame un ejemplo.
-Vian.
-¿Cómo Vian?
-Vian.
-¿Vian es una idea pura?
-Vian. Vian, Vian… -le digo yo, en mi nuevo idioma de ideas puras.
-¿Te das cuenta que estás borracho? –dice él parándose del lugar y dejando un billete lo suficientemente grande como para cubrir mis cervezas y sus cafés.
-Vian, Vian –le digo, con tono agradecido.
Entonces, justo cuando pienso que el tipo va a explotar y que va a lanzar un golpe o algo similar, me dice que no hay problema si quiero ingresar al famoso programa… y que él mismo puede hacer la carta de aceptación…
-Vian, Vian –insisto, mientras le estrecho la mano.
Él me mira por última vez y yo supongo que calcula si fue un error el haber accedido a mi solicitud de ingreso.
Luego, mientras lo veo irse, pienso que ya tengo la aceptación y que ahora sólo falta obtener la beca, porque no pienso pagarme esa hueá de magíster, después de todo…
-¿Le traigo la cuenta? –me dice entonces el garzón, como apurándome para poner fin a esta entrada.
-Vian –le digo-, Vian, Vian.
Y él, sin ningún tipo de pregunta y entendiendo rápidamente, la trae (y hasta me descuenta la última cerveza).
¡Viva el entendimiento humano!
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