viernes, 1 de abril de 2011

Querer a los niños.

I.

Su mamá le había contado que cuando pequeña, una abeja había entrado por la ventana y le había picado un ojo. Es decir, antes incluso de aprender a caminar, su vida estuvo marcada por la fatalidad, y -aunque su madre obviaba esa parte-, también por el abandono.

Y es que ella siempre sospechó que ese accidente había sido en realidad un descuido, algo que no debió ocurrir si hubiesen tenido con ella los cuidados necesarios, esos que siempre hay que tener con los niños pequeños… y claro, de ahí a pensar que no la querían, sólo había un paso.

-De acuerdo –le digo intentando poner orden-, te picó una abeja… pero eso fue hace cuánto… ¿diez años...?

-Casi –me contesta-, cumplo diez en Junio…

-¿O sea que según lo que me dices, tus padres no te quieren porque te picó una abeja hace diez años…?

-Sí, pero es distinto –me interrumpe-, fue una abeja, pero pudo haber sido otra cosa, además el ojo se me hinchó y mi mamá me cuenta que casi me morí…

-Mmm…

-Usted a lo mejor no sabe, pero a mis compañeros nunca les ha ocurrido nada…

-¿Cómo nada?

-Nada –contesta-. Y eso es lo que yo quiero. Que no me ocurra nada.

-¿Y eso comprobaría que tus padres te quieren y saldrías de este lugar?

-Sí –me dice ella.

-Pero si no te ocurre nada serías como planta –le digo.

-No… yo no digo estar quieta… yo digo que no me pase nada malo…

-¿Y qué es malo?

-Que me pique una abeja, o que me caiga de cabeza, o que me electrocute en el baño.

-¿Y te has electrocutado en el baño?

-No. Pero no porque me quieran sino porque yo me cuido. O sea me dejan sola en el baño y yo podría meter el secador de pelo a la tina y electrocutarme y ellos no habrían hecho nada…

Yo la miro entonces y ella parece estar tan segura, que por un momento me hace dudar sobre aquello que me dice… pero bueno, soy profesor de este colegio donde hay dos padres desesperados porque no encuentran a su hija, y yo acabo de descubrir que está en un espacio que queda bajo el edificio, llena de tierra y convencida de quedarse allí un buen tiempo.

-¿Sabes que mi obligación es llevarte con tus padres y decirles que estás acá? –le pregunto.

-Sí. Pero si lo hace, después me voy a esconder de nuevo y va a ser en otro lugar menos seguro y va a ser culpa de usted si me pasa algo…

-Mmm… ¿y qué crees que debiese hacer yo entonces? ¿Quedarme callado y decir que no sé nada mientras tus papás estás llorando desesperados y hasta los policías vinieron y te están buscando por todas partes?

-Es que usted no entiende –insiste-. Yo también lloré una vez varios días, porque se murió mi hámster, y yo pensé que iba seguir así por siempre, pero después se me olvidó… A mis papás se les va a pasar también…

-¿Y si no se les pasa?

-Si no se les pasa en unos días es normal… yo misma lloré como una semana por mi hámster…

-¿Y si son más días?

-¿Cuántos?

-No sé, dime tú, ¿cuántos días debieran sufrir para comprobar que te quieren?

-Mmm… como cien días yo creo… o más…

-¿Y vas a estar aquí todo ese tiempo?

-Sí, puedo arrancarme a ratitos e ir en la noche al baño y meterme al casino y comer ahí cuando nadie me vea…

-En la noche el casino está cerrado con candados y no se puede entrar…

Ella se acomoda entonces y quizá calcula cuánto le durarán las galletas que tiene a un costado y su botella con jugo.

-Mire –me dice entonces-, le propongo un trato. Yo me quedo acá y usted me trae comida y me ayuda a saber si mis papás me quieren… y si se cumplen los días yo salgo y vuelvo con ellos…

-¿Los cien días?

-Sí, o cincuenta, pueden ser, pero no menos.

-¿Y si yo te demuestro que tus papás están llorando de verdad y que están preocupados por ti?

-Eso les pasó hasta cuando les robaron el auto, fue hasta la policía a la casa y mi mamá se puso a llorar, y nunca llora…

-Pero si yo te demuestro que tus papás lloran más todavía…

-¿Más que por el auto?

-Más.

-Mmm…

-Quieres que los llame sin contarles nada y que los veas desde acá y los oigas hablar de que te quieren…

-¿Y luego yo decido?

-Sí. Tú decides. Yo no digo nada.

-¿Pero de verdad decido yo?

-Totalmente.

-Me lo jura.

-Te lo juro.

Ella se lo piensa un poco y luego me pregunta.

-¿Tiene un hijo?

-Sí –contesto.

-Júremelo por su hijo… si es mentira y usted les cuenta, que se le pierda él a usted…

-De acuerdo. Si quieres hacemos un contrato.

-¿Cómo se llama usted? –me pregunta entonces, y comienza a sacar un cuaderno mientras yo voy por sus padres, a traerlos a este sector.

-Me llamo Vian –le digo-, confía en mí y ponte atenta.


II.

Una hora después tras la entrega de una pista falsa, consigo que sus padres se ubiquen justo frente al lugar donde está escondida su hija. De hecho, ella debió haberles visto sus pies, mientras hablaban y discutían con el inspector y el rector que intentaban calmar a los padres.

Ellos gritaban y reclamaban a los policías que el colegio tenía la culpa, que iban a demandar a los encargados y que nada iba a quedar así… y claro yo los escuchaba hablar y enojarse y gritar, y me ponía en el lugar de la niña y pensaba que sí… que parecía que sus padres hubiesen perdido un auto, o algo así.


III.

Se fueron y la niña no salió.

Probablemente los policías traigan perros y la encuentren, pero por lo que a mí concierne, no voy a romper mi promesa.

Le compré una caja de leche, unas frutas y le llevé unas mantas de las salas de preescolar para que no pasara frío por la noche.

Por último, llegamos al acuerdo, que si por veinte días sus padres insisten en buscarla, ella vuelve con ellos…

-¿Y si tus padres no insisten? –le pregunto.

-Si no insisten me voy donde los otros niños –me dice ella, mientras oscurece y debo irme del lugar-, yo los escucho desde acá y parecen estar bien…

-¿Dónde están…?

-Cerca –me contesta-, pero no puedo decirle nada más. Ellos están allá y se encuentran bien, y yo voy a cumplir con mi promesa de los veinte días…

-¿Te das cuenta de lo que estás hablando?

-Sí, pero ellos me dieron permiso para decirle… además usted siempre lo supo, y hasta les gustaría que se fuera con ellos, como profesor…

-¿De qué estás hablando…?

-No se preocupe –concluye-, no le voy a hablar nada más de eso… además, todavía tiene veinte días para pensarlo.

Ella entonces se da vuelta y se acomoda, como para dormir.

Yo, en cambio, tomo mis cosas, y me voy del lugar.

4 comentarios:

  1. Mmm... tengo 20 días para tomar la decisión.

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  2. quede muy metida en la historia!!

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  3. nunca pregunté si realmente esuchó los discos de caetano veloso o de vincent gallo.´
    pasaba a saludar.

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