miércoles, 28 de octubre de 2015

El maestro me dijo que bebiera, para dejar de pensar.

“Aprendí a perderme en la respiración
tan despreocupadamente
que a veces tuve la sensación, no de respirar,
sino de ser respirado, por extraño que parezca”.
B. H.


El maestro me dijo que bebiera para dejar de pensar.

Yo lo escuchaba y sentía que entendía, pero luego me di cuenta que no.

En este sentido, me hizo beber hasta que fui capaz de olvidar que estaba bebiendo.

En el intertanto, tuve dos episodios graves de intoxicación y pasaron tres años.

Solo entonces, una noche en la que yo ya había olvidado incluso que él era mi maestro, fue que comenzó el verdadero entrenamiento.

Quebró los vasos en que bebíamos y dijo que ya era suficiente.

Ahora estás listo, me dijo.

Luego me explicó que habíamos seguido el camino correcto.

No solo has olvidado para qué comenzaste a beber.

Olvidaste también que estabas bebiendo.

Y anulaste la distancia que existía entre tu ser y tu pensamiento.

Sonaba a que me estaba hueveando, pero reposé sus palabras y me di cuenta que era verdad.

Solo entonces recordé que él era mi maestro.

Y claro, solo entonces comprendí que había llegado al estado ese que tanto había anhelado:

Como cuando tengo hambre y duermo cuando tengo sueño, me dije.

Esa noche, por lo demás, fue la última en que vi a mi maestro.

No sé si intuyó lo que iba a pasar, pero lo cierto es que se fue sin despedirse.

Yo lo vi irse y luego me tendí de espaldas, mirando el cielo.

Estaba despejado y se veían las estrellas.

Pero claro, no era solo que se veían, sino que se mostraban y hasta que estaban en mí, de cierta forma.

La sensación era tan real que asustaba.

Tanto que uno llegaba a llorar, ahí, bajo las estrellas.

Y fue entonces, que la cobardía pudo más en mí.

Y es que lo que pasó, en resumen, es que me dio miedo esa sabiduría.

Y dudé de ella, claro.

Me excusé diciendo que si aceptaba esa sabiduría, debería renunciar a demasiadas cosas.

Y hasta me mentí pensando que, de cierta forma, esas cosas me necesitaban.

Eso fue lo que hice.

Me dije que esa era la verdad, pero era también la soledad absoluta.

Una soledad distinta, es cierto, pero soledad al fin y al cabo.

Todo eso… y una pérdida total de esperanza.

Eso me dije.

Con todo, he aprendido que la verdad, es algo que no se maneja.

Y esa sabiduría, lamentablemente, no es algo a lo que uno puede escoger renunciar.

Aplazas apenas, si tienes suerte.

Yo lo hice, de hecho, pero la suerte se me acaba.

Por lo mismo, intento resumir solo a cosas concretas, aquello que ha ocurrido.

El maestro murió hace cinco años, sería un buen ejemplo.

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