martes, 20 de octubre de 2015

Un curso de arte.


Postulé a un curso de arte.

Fue en mis tiempos de universidad.

Como requisito había que llevar un retrato.

Yo pinté uno en base a un amigo y lo llevé.

Me dijeron que estaba mal hecho.

Que el requisito, por el tipo de taller, era un retrato realista.

Yo alegué, pero ellos no cedieron.

Días después les llevé a mi amigo.

No pueden juzgar mi realismo si no conocen la realidad que reproduje, les dije.

Ellos miraron a mi amigo y hablaron entre ellos.

Me dijeron que esperara.

Yo había llevado el retrato y lo puse al lado de él, para que comparasen.

Me dijeron que me sentara un rato y me ofrecieron café.

Creo que me tomé tres tazas.

Fue en eso que llegaron hasta el lugar un par de policías.

Me preguntaron qué pasaba.

Yo les expliqué la situación.

Les mostré el retrato y les presenté también a mi amigo.

Entonces, rápidamente, uno me esposó y comenzó a hacerme preguntas.

¡¿Qué le hiciste…?!, me decía.

Yo intentaba explicar, pero ellos prácticamente no escuchaban.

Recién entonces mi amigo habló y explicó que él era así, simplemente.

Los policías se asustaron y llegaron nuevamente los profesores de arte.

Le pidieron la documentación a  mi amigo.

Hicieron unas llamadas y luego me soltaron las esposas.

Intentaron convencerme de que no pusiera cargos y yo les propuse que si me admitían en el curso de arte, me quedaría en silencio.

Los policías hablaron entonces con los profesores y ellos accedieron.

Ese fue el trato.

Así, entré al curso de arte.

Mi amigo, en tanto, fue contratado como modelo por varios alumnos de esa facultad.

Creo que con el tiempo hasta se casó con una estudiante que acostumbraba pintarlo desnudo.

Yo, en cambio, después de toda la insistencia, no asistí nunca a aquel curso.

Desistí de intentarlo, digamos.

Quizá se deba contar, ahora que lo pienso, como una especie de fracaso.

Quién sabe.

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