viernes, 9 de octubre de 2015

La huella.


Desesperación.

No. No me digan que no la sienten.

No ahora, claro…

Me refiero a que la han sentido, al menos.

O que deben tener memoria, al menos, de ella.

Y es que la huella, finalmente, resulta tan real como la desesperación misma.

Cabe en ella, de hecho, la desesperación.

Y es que para eso, en definitiva, dicen algunos que existen huellas.

Para cobijar las sensaciones, me refiero.

O para marcar aquello que somos… o al menos fuimos…

Suena cursi y básico, pero eso no le resta certeza.

He aprendido, al menos, a estar seguro de eso.

A ser consciente de cada una de esas huellas, me refiero.

A conocer la dirección que las huellas marcan.

Y claro… quizá por eso, también, termina surgiendo la desesperación.

Como respuesta al conocimiento de las propias huellas.

Es lógico, después de todo.

Y no es tan malo, si se acepta.

Y es que la desesperación descansa en la huella, finalmente…

¡Uno mismo puede descansar en la huella…!

Por eso es importante.

Por eso no pueden decir que no.

No me digan que no la sienten, me refiero.

No me digan, por favor, que no es cierto.

Descanso en ella, después de todo.

Y necesito hoy, plenamente, ese descanso.

Sentir que es verdadero.

Tener esa certeza.

Descansar un rato.

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