domingo, 11 de octubre de 2015

El mecanismo para procedimientos de resultado desconocido.


El abuelo de J. era inventor.

Eso al menos cuenta J.

La acompaño a buscar información en el registro de patentes.

A mí me quiere pagar para escribir una mini biografía de su abuelo y subirla a Wikipedia.

La paga son cuatro litros de cerveza artesanal. Negra.

Tras varias visitas descubrimos que ingreso tres patentes.

La primera es de una especie de canal metálico en forma de Y para recibir agua lluvia.

La segunda es de una especie de polea desmontable de doble cubo.

La tercera –y esta es la que más llama mi atención- es un mecanismo para procedimientos de resultado desconocido.

Los dibujos de este último invento incluyen cadenas, engranajes y una serie de pequeñas piezas que generan fuerzas de rotación –cito desde la descripción del mecanismo-, afines a procesos sistematizados no específicos y aplicaciones desconocidas.

J., me advierte entonces que incluya en la biografía de su abuelo la formación de una Escuela de ingenios aplicados, para enriquecer la información y fundamentar, de esta forma, la inclusión de su abuelo en la ya mencionada enciclopedia virtual.

Por último, me facilita algunas fechas y datos de familia de su abuelo, así como una serie de anécdotas para complementar la pequeña biografía.

Esto ocurrió, por cierto, hace unas seis semanas.

Durante ese tiempo, he abordado la tarea unas cuántas veces sin éxito alguno, salvo por la creación de unos relatos breves en los que parezco robar –y utilizar mediocremente, si soy sincero-, un personaje de Roald Dahl.

De hecho, en uno de esos relatos me he tomado la libertad de dibujar al abuelo de J. junto a su mecanismo para procedimientos de resultado desconocido, y se lo he enviado a J., mientras intento escribir -sin éxito-, el texto para Wikipedia.

A raíz de lo anterior, y lejos de reconocer mi esfuerzo, J. se muestra cada vez más molesta, diciéndome que mi escritura no sabe llegar a ningún punto funcional, y que no sirvo siquiera para hacer un texto básico con una utilidad concreta.

-¿Estás segura? –le pregunto.

-Sí –me dice ella.

Entonces yo lo pienso y admito, finalmente, que tiene razón.

Aunque claro, esto lo hago no sin cierto orgullo, como si mis textos sin utilidad ni función concreta fuesen también un invento que debiese ser patentado.

-¿Me adelantas dos litros de la paga? –le pido a J., tras esa conversación.

Pero ella no contesta.

(Dejo constancia que su silencio es el culpable del mal final, para este texto).

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